[Hassim Haram]
Estaba confundido. Me levanté temprano de mis aposentos por la mañana para caminar un poco y despejarme de todo lo que estuve pensando la noche anterior. Mientras paseo por el jardín principal de los terrenos de los aposentos de mis padres, no puedo imaginar cómo es que la vida tiene un humor retorcido, como es que se pueden llegar a tener tantas cosas, tanto lujo, apenas trabajando por ellas.
Mis padres heredaron una fortuna incalculable al tener propiedades y terrenos en el Golfo Pérsico los cuales explotan obteniendo enormes cantidades de petróleo al día, esa es la principal fuente de ingresos de la familia Haram.
En mi vida, no estoy conforme con las cosas que poseo tengo un sin número de objetos costosos que no me dan alegría, sin embargo, a pesar de mis intentos, aún siento ese vacío. A veces pienso que a mi corta edad tal vez algo pasa conmigo, pero es que siento que estoy cansado de tener tantos lujos, suena loco, lo sé, pero es la verdad.
Me dirijo a la enorme puerta de roble de gran tamaño con intención de dirigirme a la cocina, pero el ama de llaves me pregunta que es lo que deseo desayunar, pongo los ojos en blanco y le contesto que por hoy me gustaría preparar mi propio desayuno. Ella abre los ojos con sorpresa. No hago caso, sigo caminando. Entro a la cocina la cual a pesar de su enorme tamaño esta llena de personas caminando de un lado al otro tan deprisa como pueden, miro mi reloj, la razón ya la sé, en veinte minutos mis padres bajarán a desayunar. Mi madre siempre ha sido una persona muy estricta a la cual le encantan los lujos. Combina esos dos aspectos en una mujer que contrató cerca de doce cocineros de diferentes nacionalidades para que le preparen toda clase de antojos y caprichos.
Por mi parte siempre me ha llamado la atención la cocina, aunque casi no puedo practicar este pasatiempo por que aquí en casa nadie me deja hacer nada, siempre quieren hacer todo por mí. He intentado aprender todo lo que puedo de cada uno de los chefs que mi madre ha traído desde los lugares más remotos. Fijo la mirada en Armando Salazar, me mira y saluda alzando la barbilla con una sonrisa, le saludo alzando la mano con familiaridad. Él es un cocinero muy experimentado, ha trabajado en todo tipo de restaurantes en el mundo, ha viajado y vivido yo creo que más de diez vidas juntas. Es el único de todos los cocineros con él que pude entablar un tipo de amistad, porque los demás no me hablaban por miedo a ser despedidos, pero Armando es diferente, él me enseñó como combinar condimentos en la comida.
Me posiciono a un lado de él mientras me pongo un delantal que tomé de la alacena de uniformes, todos los demás empleados me ven de lejos, siempre toman su distancia conmigo, como si fuera un bicho. Pero ya me acostumbré. Comienzo a preparar mi desayuno, unos sustanciosos huevos con tocino y frijoles, un desayuno muy mexicano es lo que dice mi amigo. Tomo de la alacena unos tomates, chile y cebolla que meto a la licuadora con un poco de agua para hacer “salsa” esta comida es en verdad deliciosa, es como si fuera un manjar de dioses, mi favorita. Armando me ayuda un poco diciéndome que tanto de cada ingrediente poner en la salsa para que no quede muy picante ya que aún no me acostumbro al sabor, no sé cómo en ese país pueden comer cosas tan picantes.
—¿Cuándo aprenderé a hacer chilaquiles Armando?
Armando sonríe.
—Pronto muchacho, sólo ten paciencia.
Asiento satisfecho de sus palabras.
Voy al frigo, saco la botella con jugo de naranja y me sirvo un vaso. Me siento en la gran mesa de acero que hay en la cocina.
—¿Cómo es que estas desayunando algo tan simple y aquí? —escucho la voz de mi hermano Emir apenas entra a la habitación, agudizo la mirada ya que el desayuno tan simple como él lo llama lo he hecho yo mismo.