**Cárter**
Aquellas eran mis últimas vacaciones antes de tener que hacerme cargo del maldito infierno que me había dejado a cargo, mi padre y hermano mayor, debería haber podido estar en cualquier otro lugar menos aquel, pero nuevamente, no había sido capaz de decirle que no a William. Y por eso, estaba en la cafetería del lujoso Hotel en Luanda, Angola.
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Aquellas habían sido las palabras suficientes para convencerme de hacer la maleta y seguir a Will hasta África, odiaba tener que comenzar a hacerme cargo de los hospitales del grupo económico familiar, pero era eso o tomar las inversiones extranjeras y odiaba aún más, tener que lidiar con abogados, así que, cuando mi padre en su vejez nos obligó a hacernos cargo de los activos del grupo Johnson ST. Yo había elegido los dos hospitales que poseía el conglomerado, en realidad, un hospital y un laboratorio de investigación. Faltaban algunos días para presentarme formalmente como el nuevo director del hospital frente al personal del mismo, pero ya llevaba semanas estudiando toda la información financiera y administrativa del lugar. Los jefes de los departamentos, el director médico, etc.
Continué bebiendo de mi café mientras leía el último informe de cierre del departamento de cirugía cuando el móvil sonó sobre la mesa, lo lleve a mi oreja luego de leer la pantalla… William… Aquella mañana le había pedido que me excusara cuando me pidió que lo acompañará a la sede de la petrolera, con quién, al parecer, William estaba considerando invertir.
—dime —conteste, algo cortante, lo sabía, mi hermano solo trataba de ayudarme en la transición a tomar mis responsabilidades, pero a mí nunca se me había dado bien seguir las órdenes de alguien más o, actuar bajo las reglas de otras personas, tenía mis propios negocios y nunca había sido una lacra succionando dinero sin importar lo poderosa que fuera mi familia. Mi padre le había dado el noventa por ciento del poderío a William y a mí me parecía genial, nunca me interesó hacerme cargo del grupo económico Johnson, en vez de eso, había forjado mi propia fortuna a base de compra y venta de acciones, era socio participante de varias empresas poderosas y tenía la libertad de emplear mi vida como se me viniera en gana, o al menos así había sido, hasta que el cáncer azotó a mi padre de repente y ahora, William había terminado que hacerse cargo de todo, pero yo, por mucho que trate de evitarlo, debía hacerme responsable del diez por ciento al menos, y elegí los hospitales antes del sector financiero del grupo y sus interminables reuniones con los abogados.
—Carter, lamento molestarte, pero he olvidado mi computadora en el lobby del hotel, en el mesón de recepción, ¿Podrías traerlo, por favor?— pidió William, siempre en ese tono perfecto, calmo, mi hermano tenía un temple de acero, nada lo molestaba, nada lo perturbaba, siempre igual, nos llevábamos por más de diez años, la mayoría lo veía como alguien amable y cordial, a mí me ponía los nervios de punta su falta de emociones.
—Bien, estaré ahí en quince minutos.— señale y guarde la iPad en su estuche para poner de pie, dejar dinero sobre la mesa y me marché hasta el lobby del hotel, ahí, me acerque a la secretaria— Hola, soy Cárter Johnson…— no alcance a terminar cuando la recepcionista me entregó el bolso con el computador, le di una sonrisa que la hizo pestañear y sonrojar suavemente— gracias, ¿podrías llamar un taxi por favor? Voy a esta dirección— señalé entregando un trozo de papel con la dirección de edificio escrita, la mujer asintió y tomó el teléfono para hacer un par de llamadas, unos minutos al teléfono y me sonrió al cortar.
—Su taxi espera afuera, señor. — señaló la bella mujer y luego de un agradecimiento, retomé mi camino a la salida, efectivamente un taxi esperaba afuera, entregando las indicaciones me relaje y me dedique a mirar el móvil con calma, Angola era un país con dos extremos, Luanda tenía un sector privilegiado, con enormes edificios que gritaba riqueza por los poros gracias al petróleo, pero así mismo, en la periferia, la pobreza llegaba a situaciones insospechadas, los índices de pobreza en el país llegaban al cincuenta por ciento de la población, una cifra ridícula, pero lamentablemente real.
Tal vez fueron estos pensamientos los que me hicieron levantar la cabeza del teléfono y darme cuenta de que no estábamos tomando la ruta habitual que habían tomado los taxis días anteriores, un mal presentimiento comenzó a surgir desde mi estómago.
—¡Hey!, esta no es la ruta usual, ¡señor!— señalé, pero el hombre no se inmutó ignorándome con la vista al frente, ¿Será sordo?, Me acerque y toque su hombro —¡Señor! Que esta no es la ruta!— volví a señalar, pero el taxista movió su hombro para liberarse de su agarre y pisó el acelerador hasta unas callejuelas dónde se detuvo de golpe, el instinto me decía que era momento de salir corriendo, pero cuando iba a abrir la puerta, sonó el clic del cierre centralizado… Mierda… Solté un bufido frustrado dispuesto a darle un buen puñete al infeliz, pero al volver el sujeto sostenía un arma contra mi sien.
Le di una mirada severa a aquel hombre, aunque me mantuve alerta y tranquilo, no sabía si el arma era real, y no eres tan estúpido para probar la teoría. A los pocos segundos, salieron hombres entre las pequeñas calles, armados a plena luz del día, el taxista abrió el cierre automático y jalándome del cuello de la camiseta, me sacaron del coche al abrir la puerta, alcancé al mirar a mi alrededor, estábamos al límite de la ciudad, las calles eran de tierra y barro, la selva colindaba con las precarias chozas y casas improvisadas con materiales ligeros. Alcancé a ver a algunos de los hombres cuando el dolor se desplegó desde mi nuca y todo se volvió negro.
**Lizbeth**