Recuerdos, son algunos tan hermosos y otros tan dolorosos. Que dejan indudablemente un sentimiento en tu pecho cada que los llegas a rememorar y es algo que con el tiempo se convierte en una adicción.
“— Abuela…— Susurró la voz de una pequeña. — Oye abuelita, ¿Por qué a mi madre no le gusta el bosque? — Preguntó suavemente, una niña de unos 8 años, grandes ojos verdes y cabello castaño hasta la barbilla, que era adornado por un simpático lazo rojo como la sangre. — El bosque es un lugar hermoso, es verde y huele bien.
La mujer, que hasta el momento que la voz infantil llamó su atención, se encontraba disfrutando del aire de la mañana pensando en cuál sería el menú del día, volteo con expresión pensativa.
— Mi niña, a tu madre le gusta el bosque, más no le gusta lo que hay dentro, aunque eso lo entenderás mejor cuando seas mayor.— Respondía suavemente una mujer entre los sesenta y setenta años. — Recuerda lo que siempre te he dicho, hay más de lo que nuestros ojos ven.
— Está bien abuelita. — Murmuró suavemente la infante antes de sonreír, mostrando los huecos entre sus dientes, típico del cambio de dentadura, típico de esa tierna edad.
—Ahora, ¿Vamos por unas fresas para mi pequeña niña? — Ofreció la mujer sonriendo también mientras acariciaba las hebras chocolates de su primogénita.”
Los recuerdos son parte importante de la vida, pues son un bálsamo para el alma, sobre todo, cuando sabemos que nos acercamos al final del camino y debemos despedirnos de todo lo que hemos amado a lo largo de nuestras existencias efímeras en el mundo.
~…~
En la oscuridad que daba una noche sin luna, el tiempo parece detenerse, sentados uno al lado del otro en el porche de una cabaña rústica, con la madera curada en negro, de amplios ventanales, que nos muestra las mejoras que se hicieron con el paso de los años. Se hallaban un hombre de aparentes treinta años, y una mujer mayor, de unos ochenta años aproximadamente, se encontraban en silencio, más no uno incómodo, sino uno cargado de muchas palabras que no sabían cómo expresarse.
La tenue luz de la lámpara exterior apenas iluminaba el lugar, entre ellos había un par de tazas humeantes, el aroma a té verde con fresas llenaba el ambiente. El hombre permaneció con los ojos cerrados, disfrutando el típico aroma que siempre tenía aquella casa.
Fresas y hierbabuena.
— ¿Estás segura? —
Aquella pregunta salió de los labios masculinos como un ligero suspiro que se llevó el viento; aun así, llegó a los odios de su receptor, la cual lentamente meneo la cabeza un poco pensativa, antes de aclararse la garganta y responder.
— Sí, nunca he estado tan segura como ahora. —
La voz ronca de la mujer interrumpió la calma de la noche, haciendo que el hombre a su lado se volteara, fijando su mirada en la anciana a su lado, soltando un suave suspiro, en el cual se liberaban una gran cantidad de sentimientos. En los cuales destacaba la duda, el dolor y el arrepentimiento.