Un prado verde, árboles frente a la ventana, un de coco al fondo, uno de mamon a la derecha y hay otro de ciruelas frente, aún con los ojos cerrados no logro imaginar otra cosa, mi cerebro sigue reproduciendo la misma imagen que tengo en frente de mi habitación, a lo mejor y ya se fundió de verla por cinco meses consecutivos. Estoy cansada y agotada; ya no quiero seguir aquí.
Mi madre entra a mi habitación, me observa con confusión en los ojos, toma una silla y se sienta frente a mí con expresión preocupada.
—¿Qué sientes?, pregunta con ternura.
—Nada, estoy pensando.
—¿En qué piensas?
—En que no siento nada, no me siento feliz, mami. Reprimo las lágrimas que quieren salir.
El rostro de mi madre pierde el color, se ve pálida y sus ojos denotan mucho miedo. ¿Qué pasa, mami?, ahora la que está confundida soy yo.
—oh no, no puede ser. Exclama con angustia.
—¿Qué pasa, que es? Me urge saber lo que está pensando.
—Estás cayendo en depresión; no puedes dejar que los malos pensamientos y la tristeza te consuman, Defi.
Estoy en shock, ¿yo depresiva?, no tiene sentido, no estoy triste, no tengo pensamientos suici… una ráfaga de recuerdos de los pensamientos que tuve las últimas dos semanas atacan mi mente, y descubro que en efecto no ha sido buenos. Sensaciones de no querer seguir con vida, no aches sin dormir, el sentimiento de soledad profunda, la mente diciéndome que me tome todo el bote de pastillas a ver qué sucede, la constante idea de sentirme una carga para mi familia, las ganas incontrolables de llorar por la madrugada.