—¡Jefe! ¡¿Se encuentra bien?! —menciona Tom en cuanto cruza por la puerta y ve la mano ensangrentada de su jefe.
En el alfombrado suelo de la oficina se pueden observar los fragmentos de cristal esparcidos bajo la sangre de Isaac Alexander.
El CEO de la compañía, para la que lleva trabajando dos años, no parecía reaccionar ante sus palabras, pero, Tom podía intuir que el señor Alexander había presionado una copa de vino vacía con tanta fuerza, que esta se quebró en su mano, y ahora el piso de la oficina era un completo desastre.
El extraño escenario se había suscitado segundos atrás, mientras él terminaba el último informe del día.
Tom escuchó una maldición que sonaba al señor Alexander, así que corrió hasta la oficina y lo vio de pie frente al gran ventanal.
Ver la mandíbula tensa de su jefe, junto con la forma en la que empuñaba su mano sana, le hizo comprender a Tom que debía moverse en silencio.
Sintiendo un poco de pánico por la sangre que goteaba de la mano de su superior, el muchacho corrió en búsqueda del botiquín de primeros auxilios que se encontraba en el baño privado del CEO.
Tom podía escuchar al señor Alexander respirar profundo y pesado mientras era atendido por él en completo silencio. Él no se atrevería a preguntarle el motivo por el que su mano terminó pagando las consecuencias de su furia.
Tom terminó la tarea de quitar los fragmentos de cristal, limpiar las heridas y vendar la mano con paciencia. Tomó los implementos de curación y se marchó, dejando atrás a un taciturno señor Alexander que probablemente maquinaba una solución para aquello que lo hizo perder los estribos minutos atrás.
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Isaac Alexander había perdido la cuenta de cuántas veces: resopló, se removió en su asiento, se puso de pie, volvió a sentarse y repitió el proceso una vez más.
Se sentía frustrado, furioso y decepcionado.
Él era consciente de que no le correspondía sentir aquella bilis acumulándose en su estómago gracias al espectáculo que presenció esa tarde desde el ventanal de su oficina.
Isaac ahora poseía en su mente una perfecta representación gráfica del dicho: «La curiosidad mató al gato».