"Lena, ¿sigues sin poder contactar con tu esposo?", preguntó Maia Gordon, preocupada.
Lena Dixon percibió la lástima no expresada de su compañera de trabajo. Para ese punto, cada tono sin respuesta la consumía un poco más, hundiéndola en una sombría realización.
Hacía apenas dos días, había visitado una galería de arte, para supervisar personalmente los preparativos para la exposición de su esposo, cuando, sin previo aviso, el techo se derrumbó.
Ella quedó atrapada bajo los escombros durante lo que le pareció una eternidad, llamando desesperadamente a su pareja, Theo Haynes, pero no obtuvo respuesta.
Cuando los rescatistas finalmente la liberaron, estaba empapada en su propia sangre, y tenía el hombro tan destrozado que tuvieron que ponerle tornillos de metal para unírselo al cuerpo. De hecho, cada latido de su corazón todavía resonaba dolorosamente en su extremidad herida.
Lena miró la pantalla oscura de su celular. Esta le mostró su rostro, tan pálido como un fantasma; además, los dedos le temblaban incontrolablemente debido al trauma persistente.
Sin embargo, el dolor más profundo no venía de sus heridas físicas, sino de una gélida realización que le atravesaba el corazón como un puñal. Siempre que ella necesitaba desesperadamente a su esposo, este desaparecía.
Maia, al ver a su amiga sufriendo y sin responder, no pudo contener su frustración.
"¿Qué le pasa a tu esposo? Literalmente pudiste haber muerto hace unos días y, aunque ya pasaron 48 horas, ni siquiera te ha devuelto la llamada. Y ya te están dando de alta, pero sigue sin aparecer. A este paso, bien podrías estar soltera".
"Probablemente está demasiado ocupado con el trabajo", murmuró la otra.
Theo siempre usaba esa excusa: nunca estaba, porque tenía muchas cosas que hacer.
Lena ya llevaba tres años casada con él, pero solo había conseguido un título vacío al que se aferraba tontamente.
"¿Demasiado ocupado para siquiera contestar una llamada? Eso no es estar ocupado, sino ser un desalmado", replicó Maia, en un tono más brusco.
Esas palabras calaron profundamente en Lena, destrozando lo poco que le quedaba de ilusión. Sin embargo, se tragó su amargura y esbozó una sonrisa que dolía más que las lágrimas.
De repente, Maia se quedó boquiabierta al ver algo en su celular. "¡Oh, vaya! Parece que el siempre escurridizo señor Haynes tomó un vuelo internacional solo para asistir a la exposición de arte de su chica. Lo dejó todo por ella".
Esas palabras le provocaron un escalofrío a Lena.
"Mira al señor Haynes y compara su actitud con la de tu esposo. Casi mueres, pero él ni siquiera contestó la llamada tuya. Amiga, ¿por qué sigues aferrándote a alguien como él?", dijo Maia, pasándole el celular, sin ocultar su desdén.
La otra se quedó congelada, mirando fijamente la pantalla del dispositivo. Maia no sabía que el señor Haynes era el frío esposo de Lena.