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Stealin' Time
Su vida era perfecta hasta que conoció al hermano mayor de su novio. Había una regla en la manada Night Shade: si el Alfa rechazaba a su pareja, perdería su posición. Y la vida de Sophia estaba relacionada con esa ley, pues era una Omega que salía con el hermano menor del Alfa. Bryan Morrison, el Alfa actual, no solo era un hombre de sangre fría, sino también un encantador hombre de negocios. De hecho, su nombre era suficiente para poner a temblar a las demás manadas, pues era conocido por ser muy despiadado.  ¿Y si por un giro del destino su camino se entralazaba con el del Sophia?
Hombre Lobo
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-¡La tormenta se está volviendo feroz! ¡Quédense en sus camarotes, el movimiento del

barco se hará cada vez más inestable! -gritaba un soldado intentando mantener el equilibrio sobre la cubierta que se mecía cada vez más producto del fuerte oleaje.

El temor se había apoderado completamente de la tripulación que

viajaba a bordo de aquel gran barco perteneciente al reinado de

Fernando II, quien fuese uno de los reyes más queridos del siglo XV

de un fértil y prometedor reino de la península ibérica. Se había

ganado el cariño y respeto de su reino gracias a su genuina

preocupación por el bienestar de sus habitantes, no solo rebajó sus

impuestos, sino que solía enviar alimentos a las familias más

vulnerables, y se ocupaba de la mantención y mejoramiento de sus

hogares con regularidad. Hizo en un par de años mucho más de lo que

su antecesor realizó en su reinado de dos décadas. Su nombre no

solo era aclamado gracias a su generosidad con las personas, sino que

sus proezas militares habían expandido su reino con la conquista de

dos grandes naciones en solo dos años.

Feroces batallas se desencadenaron en busca de la expansión de su territorio, estando

los mejores generales del reino a cargo de los soldados. Gracias a

las estrategias y valentía de ellos, habían logrado vencer a sus

rivales y conquistado sus tierras en breves espacios de tiempo.

Precisamente uno de estos generales iba a bordo del barco que había

comenzado a desestabilizarse cada vez más, su nombre era Sauro

Leblon, quien a sus veintiocho años ya había comandado grandes

batallas, siendo victorioso en todas. Tantas fueron sus hazañas que

logró captar la atención del rey, y con el pasar del tiempo

establecieron una relación cercana y de confianza absoluta, siéndole

otorgado el título de duque con distinciones máximas.

El duque era un serio y atractivo hombre de cabello negro, piel blanca y ojos de un profundo azul, su altura superaba la del promedio en muchos centímetros, siendo en la

mayoría de las reuniones sociales uno de los hombres más altos que

pudiese estar presente. Las mujeres solían buscar minutos de

conversación en cada reunión a la que asistía, pero este era más

bien escueto de palabras, poco generoso con las sonrisas y de mirada

indiferente. Precisamente esta aura misteriosa generaba mayor interés

hacia él.

El motivo por el cual el duque Leblon se encontraba en el barco fue por una petición personal del

rey, quien quería que el mejor general que había tenido en sus

campos de batallas escoltara hasta el reino a Iris, la hija de uno de

sus más amados primos. Iris debía desplazarse desde una aislada

zona del continente hasta el palacio de Fernando II, y la forma más

rápida de realizarlo era a través del mar, ya que el camino que

unía el reino con el poblado de la joven se encontraba interrumpido

por espesos bosques y complicadas cadenas montañosas. El

pueblo había sido azotado por una feroz peste que ya llevaba decenas

de muertes y hasta el momento no se conocía una cura para los

infectados, sobreviviendo solo unos pocos afortunados por motivos

desconocidos para los médicos. Preocupado, su padre optó por

enviarla con su querido primo mientras él terminaba de poner en

orden sus asuntos administrativos para luego emprender el mismo

viaje.

La primera parte del plan ya había sido lograda con éxito, Iris se había reunido con Sauro y

con otros veinte soldados que venían a bordo del barco, y ya iban en

retorno hacia el palacio en un viaje que duraría seis días en

altamar.

El duque intuía una de las verdaderas motivaciones de este viaje; el rey ya en muchas ocasiones

le había hablado de su sobrina y sugerido que sería una buena

esposa para él, quien, ya teniendo el título de duque, era lo

suficientemente apto para alguien de la realeza.

Realmente Fernando II quería que Sauro formara parte de su familia, el aprecio que le tenía era

enorme, y pensaba que este matrimonio sería un verdadero premio para

el duque, pero lamentablemente para sus propósitos, Sauro no tenía

ni la más mínima intención de comprometerse a corto plazo, el

romanticismo no era parte de sus prioridades, y si bien, sabía que

en algún momento debía casarse y concebir un heredero, para él era

irrelevante con quién lo haría.

El primer encuentro entre Iris y el duque fue más bien breve, este se presentó de manera seca y sin

ningún esbozo de sonrisa frente a la bella joven de ojos marrones,

pecas y cabello dorado que lo miraba con evidente emoción, puesto el

rey secretamente le había enviado cartas hablándole de Sauro e

indicándole que podría ser su futuro prometido. Ella resaltaba no

solo por su belleza y su relación directa con la realeza, sino que

también su alegría, cordialidad y delicadeza deslumbraban en cada

acontecimiento social donde se presentaba.

Iris quedó prendada frente al

apuesto hombre que estaba frente a ella, consideró que sus ojos eran

los más bellos que había tenido la oportunidad de mirar y su rostro

le pareció perfecto. No podía evitar sonrojarse con solo mirarlo y

pensó que su tío había elegido el mejor de los pretendientes que

podría haber imaginado. Le satisfacía pensar que estos días en el

barco le servirían para conocerlo mejor y poder establecer un lazo

de cercanía con quien ella pensaba podría llegar a ser su esposo

algún día.

-¡Rápido, vayan a sus camarotes!

-gritó un soldado afirmándose al mástil central del barco.

La lluvia caía con fuerza y el viento soplaba con furia, muchos soldados habían salido a cubierta a

observar la tormenta al percatarse que el movimiento del barco se

hacía cada vez más intenso. Iris ante el miedo de estar sola,

prefirió seguir al tumulto de personas y salir también. Al alzar la

mirada al cielo, vio espesas

nubes que cubrían la luna casi por completo y abrían paso a la

feroz tormenta. Por un momento se sintió presa del pánico, aquella

oscuridad que era interrumpida por tímidos rayos de luz le dio una

sensación de vacío infinito. La única compañía que tenían en

ese momento eran las feroces olas que no dejaban de impactar contra

el barco. Caer en cuenta de que no estaban rodeados más que por

océano y que en sus manos no estaba la facultad de calmar las aguas,

la abatió completamente, solo podía rezar con todas sus fuerzas

para que la tormenta se calmara.

-¡Señorita, regrese a su habitación! ¡Este lugar es realmente peligroso ahora mismo!

-gritó Ron Sorte, un joven soldado que había trabajado codo a codo durante

ya varios años con Sauro. Era la única persona que el duque

consideraba un amigo.

-¡Eso haré! -respondió ella.

Y dando media vuelta se aferró a la cabina de los camarotes con la intención de regresar a ellos.

Mantener el equilibrio le resultó realmente difícil, y justo en el

momento en que estaba llegando a la puerta, un estruendo seguido de

un fuerte remezón la arrojó al suelo junto a todos los demás que

estaban en cubierta, el barco había impactado una gran roca que

hasta ese momento fue completamente invisible para el capitán de la

nave. Todo lo que sucedió después fue tan rápido, que pareció

incluso irreal para los aterrados tripulantes.

-¡El estribor ha sido impactado, repito, el estribor ha sido impactado! -gritó

un soldado mientras los demás hombres que no habían salido hasta

entonces a cubierta ya se encontraban en ella presos del pánico.

Entre los gritos y frenesí del momento, Ron ayudó a Iris a ponerse de pie. Le resultó realmente

difícil ya que lejos de contar con la ayuda de otro soldado, ambos

fueron empujados una y otra vez por los despavoridos hombres que

corrían aterrados.

-¡Tranquila! ¡Le prometimos al rey que la llevaríamos sana y salva hasta el

castillo y así será! -gritó mientras la afirmaba.

-Cielos, espero que Dios te oiga...

La dirigió hasta un lugar que odavía no había sido alcanzado por el agua y pudieron oír al

capitán gritando a todo pulmón.

-¡El barco se hundirá! ¡Procedan a bajar los botes salvavidas! ¡A toda prisa!

Lo que Iris podía ver, la aterraba cada vez más; los hombres resbalaban y parecían verdaderas

canicas rodando por toda la cubierta, y pese a sus esfuerzos por

aferrarse, varios cayeron al mar en medio de gritos de angustia y

desesperación. La incertidumbre de qué hacer y cómo sobrevivir ya

estaba embargándola cuando Sauro los alcanzó.

-¡Rápido! ¡Un bote salvavidas ya ha comenzado a descender, debemos llegar ahí antes de

que sea demasiado tarde!

-gritó ayudando a sostenerla.

Los tres se dirigieron a la popa del barco y desde lo alto vieron que un

bote salvavidas ya estaba flotando sobre el mar con seis hombres en

su interior. La mayoría de estos luchaba por alcanzar con un remo a

un soldado que flotaba a metros del barco pero que la marea se

empeñaba en alejarlo de su oportunidad de sobrevivir. De un momento

a otro el soldado se sumergió, y pese a los gritos y angustia de sus

compañeros no volvió a salir a superficie.

-No miren, sigamos -dijo Sauro apurando el paso.

Una vez que llegaron al sector del bote salvavidas vieron a dos hombres luchando por bajarlo.

-Ron, sube con Iris y yo ayudaré a bajar el bote -ordenó Sauro.

En cuanto Iris y Ron estaban dentro, el duque se unió para girar las poleas y apresurar el

descenso. En cuestión de segundos el bote ya estaba en contacto con

el mar y uno de los hombres se sumó a Iris y Ron de un salto, el

otro, un joven que no aparentaba más de dieciocho años, continuaba

junto a Sauro intentando cortar la gruesa cuerda que seguía uniendo

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