"Si no haces ruido, no te haré daño. Parpadea si entendiste", murmuró suave pero autoritariamente una voz desde un asiento trasero. La calma en sus palabras contrastaba con la intensidad de su aguda mirada.
Roselyn White sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sin embargo, enseguida parpadeó para dar su confirmación.
El cañón de la pistola de ese hombre estaba apuntando a su cabeza; cualquier movimiento en falso, y definitivamente sería su fin.
Ella acababa de terminar su primer viaje de Uber de la noche cuando un extraño se subió a la fuerza y la secuestró.
El miedo la hizo quedarse completamente inmóvil. A poca distancia, varios hombres de traje negro avanzaban con armas desenfundadas mientras escaneaban con la vista el área como cazadores acechando a su presa.
"Él está solo hoy; es nuestra mejor oportunidad para asesinarlo. Además, inhaló una dosis alta de ese fuerte afrodisíaco, y está a punto de hacer efecto. No puede haber ido lejos. Si no encontramos a Nathan Lawson, el jefe nos va a lanzar a la Bahía de los Cocodrilos".
A medida que los pasos del grupo se desvanecían, Roselyn miró por el espejo retrovisor y notó que el hombre en el asiento trasero tenía el rostro inusualmente rojo.
Era obvio que se trataba de Nathan, el objetivo que esos tipos buscaban.
Curiosamente, ese nombre le sonaba familiar. De hecho, sentía que lo había escuchado en algún lugar antes.
"No intentes nada estúpido. Enciende el auto", ordenó Nathan, como si leyera los pensamientos de la mujer. Y con expresión feroz, desactivó el seguro del arma.
Los latidos de Roselyn iban a mil por hora, pero permaneció rígida. A fin de cuentas, tenía una pistola apuntándola directamente.
"Oiga, señor, puedo darle dinero para que pida otro viaje, ¿está bien? Mi abuelo está en la UCI, y yo solo estoy tratando de ganar un poco de dinero para ayudarlo. Últimamente he estado trabajando muy duro en dos empleos, y ahora de repente usted me pone una pistola en la cabeza. ¿Por qué me pasa esto a mí?". Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se aferraba a cualquier atisbo de misericordia que ese hombre pudiera tener.
En ese momento, él se desplomó en el asiento trasero, y su respiración comenzó a volverse irregular mientras sentía su cuerpo arder desde dentro. El afrodisíaco con el que lo habían drogado estaba haciendo efecto, por lo que su percepción de la realidad estaba algo nublada.
No obstante, captó el genuino temblor de agotamiento en la voz de la chica.
Lo cierto era que no había planeado poner en peligro a nadie esa noche. Es decir, solo había asistido a la fiesta de cumpleaños de su mentor, sin guardias, y ahora estaba allí, sin otra opción que involucrar a una extraña.