Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
La casa dormía bajo un manto de penumbra y quietud. Apenas el ventilador oscilante rompía el silencio con su zumbido constante, como un susurro mecánico que parecía intentar arrullar al mundo entero. Desde el pasillo se colaba, a veces, el eco de risas lejanas, como si los muros guardaran retazos de una conversación que no les pertenecía.
Camila dormía sola, enredada en las sábanas de la cama matrimonial como un burrito humano, apenas visible entre el revoltijo de tela blanca y almohadas. El reloj digital en la mesa de noche marcaba las 2:57 a.m. con números rojos que parecían parpadear con ansiedad. A un lado, la botella de vino a medio terminar reposaba junto a una copa vacía y un celular sin batería.
Nico, su novio, se había ido hacía horas para cubrir su turno nocturno en el aeropuerto. Trabajaba como parte del equipo de seguridad, y esa noche le había tocado junto a su mejor amigo y compañero inseparable: Julián. Era casi tradición que volvieran juntos, con los uniformes todavía puestos, cansados pero riéndose de cosas que nunca explicaban del todo. A Camila le encantaba ese aire cómplice entre ellos, aunque a veces se sentía una espectadora más que una parte del equipo.
Más de una vez había bromeado con que parecían modelos de catálogo cada vez que entraban por la puerta. "Seguridad sexy" los llamaba, medio en serio, medio bromeando, después de un par de copas.
Esa noche, sin embargo, algo cambió.
La cerradura giró con cuidado. La puerta principal se abrió con un chirrido apenas audible. Entraron pasos torpes, arrastrados, como de alguien que intenta no hacer ruido pero no está del todo sobrio. Se escucharon risas ahogadas, un "shhh" mal ejecutado, y luego, una voz. Familiar. Demasiado familiar.
-¿Dónde dejé las llaves del locker? -preguntó esa voz desde el pasillo.
Camila, entre sueños, la reconoció. O creyó reconocerla. Era Nico. Tenía que serlo. Medio adormilada, aún borracha de sueño y vino, se sentó en la cama y se frotó los ojos. Se tambaleó un poco, intentando enfocar la silueta que se acercaba. Una figura alta, de hombros anchos, con el uniforme azul oscuro del aeropuerto.
La sonrisa que se dibujó en su rostro fue automática, instintiva. Era la clase de sonrisa que nace del deseo, de la ternura, del anhelo acumulado. Sin pensarlo dos veces, caminó hacia la figura y lo abrazó con fuerza por la cintura, pegando la cara a su pecho. Sintió el olor familiar del trabajo nocturno: una mezcla de cigarro, metal y perfume. Su corazón se apaciguó. Todo estaba bien. Nico había vuelto.
-Te extrañé -murmuró, dejando que las palabras se deslizaran como un suspiro.
Julián no supo qué hacer. No supo cómo reaccionar. Ni siquiera tuvo tiempo de advertirle. Solo sintió los brazos de ella rodeándolo, su rostro cálido contra su pecho, y luego... sus labios. Primero tímidos. Luego más seguros. El beso creció con la intensidad de una tormenta contenida. Fue profundo, lleno de algo que ninguno de los dos había planeado sentir. Camila lo besaba como si fuera una certeza, como si supiera sin dudar que era el hombre al que había estado esperando toda la noche. Julián, en cambio, estaba dividido entre el impulso de detenerse y el deseo de quedarse justo ahí, un poco más.
Intentó separarse.
-Cami, yo...
Pero ella no le dio espacio. Lo atrajo con más fuerza, los labios buscando los suyos como si fuera lo único real en medio de una neblina. Su cuerpo lo reconocía, aunque su mente se equivocara.
Hasta que, de repente, un sonido seco atravesó la casa: la puerta volviéndose a cerrar.
Ambos se congelaron.
Camila retrocedió, frunciendo el ceño. El sonido fue claro. Otra persona acababa de entrar.
-...¿Nico?
La pregunta se le escapó antes de que pudiera detenerla. Julián no respondió. Solo la miró, con los ojos muy abiertos, la respiración agitada y los labios todavía húmedos. Ella lo observó, por primera vez con atención real. El ángulo de su mandíbula. La ligera diferencia en la altura. El perfume... no era el mismo.
Entonces lo supo.
-¡Tú no eres Nico!
El silencio que siguió fue denso, casi palpable. Julián se rascó la nuca, torpemente. Una sonrisita incómoda asomó en sus labios, como un niño atrapado con la mano en el frasco de galletas.
-No... pero tampoco me quejé -dijo con voz queda.
Camila retrocedió un paso, la cara encendida, no solo por la vergüenza sino también por el recuerdo ardiente de esos labios. Su respiración se volvió errática. Se llevó una mano a la boca.
-¿Qué... qué acaba de pasar?