Observo los rostros de mi familia, apretando los puños bajo la mesa. Familia, qué chiste. ¿Cómo tu propia sangre puede disfrutar de causarte dolor? Como mi padre, que sonríe en victoria al ver mi gesto fruncido por la rabia.
No, no es rabia. Es dolor, decepción. Observo a mi hermano mayor, Mauricio, quien aprieta los labios y me mira con pesar como si no acabase de quebrantar un sueño que creamos juntos.
Una ilusión que él plantó en mí.
“Cuando papá me ceda el puesto, no volverá a joderte” prometió.
—Son unos hijos de puta —mascullo y mi hermana menor, Montserrat, cierra los ojos. De nuevo, mis ojos van a Mauricio—. Gracias por el increíble regalo de graduación que me estás dando, hermano.
La ironía en mi voz le hace respirar hondo. No tengo por qué quedarme en la mesa, así que me levanto para encerrarme en mi habitación.
—Sebas —advierte Mauricio, pero yo le miro con el profundo odio que siento hacia él en estos momentos.
—No quiero oír tus pendejadas, señor Díaz. Pueden hacer los que les dé la pinche gana —grazno, dándome media vuelta para continuar con mi camino.
—Muy bien. Ya dieron su maldita información, ahora se largan de mi casa —escucho a Montserrat decir—. Y tú, Leonardo Díaz, no vuelvas a pisar este lugar nunca más. No eres bienvenido aquí.
Abro la puerta con fuerza, generando un eco del golpe que se da contra la pared. Le doy un fuerte manotazo para cerrarla, ocasionando otro fuerte estruendo. Mis manos van a mi cabeza y niego con la misma, sin poder creer que en serio no voy a poder ser parte del negocio familiar.
Me negó, al menos, la oportunidad de intentarlo.
Soy un buen pastelero, ¡por un demonio que lo soy! Me partí la madre para serlo, estudié más que nadie, me desvelé, dejé de vivir mi vida para sobresalir y aprender. Pensé que así, él vería que no vale la pena llevarme la contraria y me dejaría trabajar junto a mi hermano.
Sin embargo, lanzó todo por la borda. Mis sueños y aspiraciones, el hecho de poder estar en el mismo lugar donde vi a mi mamá ser feliz.
El restaurante lo es todo tanto para mis hermanos como para mí. Es Leonardo Díaz quien solo ve billetes verdes y nada más, porque es un ser ruin y ambicioso que solo le importa él y su cochino dinero, las apariencias. El qué dirán.
Mi respiración está agitada de tanto caminar de aquí para allá como un león enjaulado. Mi hermana se abre paso en la habitación con inseguridad y un poco encogida de hombros, su cara de tristeza y lástima no es lo que necesito en este momento.
—Sebas… —habla, pero yo niego.
—Pueden irse todos a la chingada. ¡Mauricio, padre y tú! ¡Todos! —estallo, señalando la salida.
—No te permito que me hables de esa manera, cabrón. ¿Es que acaso yo te he hecho algo? —Gruñe entre dientes, tomando mi barbilla entre sus dedos con un poco de rudeza—. Sé que te duele, que estás furioso. Lo entiendo, pero debes seguir demostrando tu valía. Eres un gran pastelero, Sebas, cuidado si no eres el mejor de Ciudad de México. Así que no te me achicopales por el imbécil de Mauricio.
—Por mí puede meterse Fraga por el cu…
—No te permito que le faltes el respeto al negocio. Sabes muy bien el valor que tiene para nosotros tres, no digas algo que pueda dolerte después —me interrumpe, alejándose de mí—. Tú y yo estamos solos contra el mundo, Sebas. Y seremos capaces de callarles la boca al idiota de Mau y a nuestro padre.
Me quedo en silencio y ella hace una ligera mueca triste con su boca, acariciando mis mejillas para limpiar las lágrimas que no sentí derramar. Me da un leve empujón luego y frunzo el ceño.
—Ahora, no quiero que la cagues en el nuevo trabajo solo porque ellos esperan que seas un fracaso. Sé el mejor, escala allí. Cállales la boca a los dos, ¿entendido? —me habla, alzando una ceja.
Cierto, el nuevo increíble trabajo (nótese la ironía) que Mauricio me consiguió para no tener remordimientos de conciencia. Vaya pendejo, pienso.
—¿Entendiste, Sebastián? —pregunta, trayéndome de vuelta a tierra.
A veces veo a Montse y siento que ha tomado el rol de madre. Le ha tocado ser así, fuerte y decidida, en una familia de hombres. Sé que no seré el único al que le quiebren los sueños, luego irán por ella.
Haré todo lo posible para que no le hagan lo mismo que a mí. Yo sí cumpliré mi promesa.
—Sí —mascullo.
—Mañana es tu primer día, así que arregla tus cosas. Y ya sabes, demuestra que eres un Guerra también —me recuerda, acariciando mi mejilla—. Descansa, middle brother.
Ella sale de la habitación y yo me siento en el filo de la cama, cabizbajo. La sonrisita petulante de Leonardo Díaz me viene a la mente e imagino quitársela de un solo puñetazo para sentirme mejor. Sin embargo, sé que nada lo hará.
La sensación de que hay alguien más en la habitación me obliga a alzar la vista, encontrando a Mauricio recargado del umbral de la puerta. Está vestido de traje, como siempre, y su cabello rizado lo lleva un poco largo. Tiene una mano metida en el bolsillo y la mandíbula tensa.
— ¿Qué quieres, Mauricio? —pregunto, levantándome para darle la espalda.
—Vengo en son de paz, quiero hablar contigo…
—No andes con mamadas, hermano —lo último lo digo con ironía y escucho que suspira—. ¿Por qué permites que me haga esto? Tú sabes muy bien lo que daría por trabajar en el restaurante. Mamá no era de la familia fundadora, pero se dedicó a ello tanto que nos los transmitió a nosotros. Sabes que sin ella, no seríamos chefs.
—Lo sé. Juro que quería darte el puesto, pero él…
— ¿Y qué demonios pinta él en el restaurante si tú eres el dueño? —gruño, encarándolo.
—Pinta y lo sabes. Tiene a la junta directiva en sus manos aún y ni hablar de que solo me dio el título de dueño por apariencias. En realidad, no lo soy —me recuerda—. ¡Eres mi hermano, carajo! Sé que eres un excelente pastelero y yo quisiera tenerte allí, que conformemos el sueño que siempre tuvimos: crear Fraga Desserts.
—Sin embargo, terminaré trabajando en una pastelería de poco prestigio —le recuerdo.
—Es la mejor pastelería de la ciudad, así que no vengas con que no te conseguí un buen empleo. Él estaba furioso por ello y aun así lo hice —me dice, acercándose.
— ¡Uy, pues bravo! —alabo con ironía, aplaudiendo—. ¡El hermano del año, wey! Pasa por recepción y se te dará tu premio.
—Sebastián, estoy buscando la forma. Lo juro. Sin embargo, no puedo hacer nada en estos momentos —murmura—. Eso no significa que me quedaré de brazos cruzados con tu situación. Tendrás tu pastelería y trabajaremos juntos. Lo prometo por ella.
—No hagas promesas en su nombre, mucho menos las que sabes que no vas a poder cumplir por cobarde —mascullo entre dientes.
—Sebastián… —suspira, acariciándose la sien y mirando hacia el suelo—. Solo no quiero que me odien. Ni tú, ni Montse. Son lo único que me queda.
—Lárgate —farfullo, dándole la espalda de nuevo—. Tengo que arreglar mis cosas para mañana ir a mi increíble empleo —ironizo.
Escucho su respiración pausada por unos segundos y luego el sonido sordo de sus pasos desaparecer, luego de cerrar la puerta. Me dejo caer de nuevo sobre la cama, suspirando.
¿Por qué hacerme esto a mí? Leonardo con su estúpida idea de que ser pastelero es lo mismo que ser un marica me está arruinando. He visto tantos chefs pasteleros homosexuales como heterosexuales. No podemos definir al ser humano por su empleo, ni por ningún aspecto de su vida.
Pero claro, ¿qué puedo esperar de un hombre machista, homofóbico, clasista y mujeriego?