El camino a reparar tu corázon
Yo soy tuya y tú eres mío
Una esposa para mi hermano
El regreso de la heredera adorada
La segunda oportunidad en el amor
Enamorarme de ella después del divorcio
Vuelve conmigo, amor mío
Tener hijo con mi mejor amigo
El amor predestinado del príncipe licántropo maldito
Atraído por mi mujer de mil caras
Parece que el hartazgo nos llega a todos. No importa lo mucho que disfrutes lo que haces, siempre hay un momento en que necesitas “algo más”.
Resulta que, como muchos de ustedes entenderán, el éxito profesional suele sacrificar el desarrollo interpersonal. Por más que tengas citas y amigos, de pronto se siente una ausencia, una carencia en el cuerpo.
Así me sentía yo. Después de intentar madurar, sin éxito, una u otra relación, estaba cansada de intentarlo. Solo quería un acostón con alguien que no me llamara a la semana siguiente para invitarme a salir.
Sexo en su más pura expresión, eso era lo que necesitaba y mientras más tardaba en conseguirlo, más caliente me sentía.
Un día de esos, mientras estaba en un concierto, la música me llegó muy profundo, no al corazón ni a la cabeza. A mis entrañas. Sentía que cada nota acariciaba mi entrepierna y me sabía cada vez más húmeda. Rodeada de extraños, solo podía presionar mis piernas entre sí para jugar con mi excitación. Me revolvía inquieta en mi butaca y notaba cómo las personas a mi lado, ambos hombres, me miraban de reojo. Quizá no lo disimulaba tan bien como quería.
Y el concierto terminó. Pero yo no.
Salí de la sala aún extasiada y estaba por pedir un auto para ir a casa, cuando un tipo salió de la nada, me empujó haciéndome caer al suelo y me arrebató el teléfono y mi bolso antes de echar a correr. De inmediato grité pidiendo ayuda esperando que algunos de los que pasaban pudieran detener al ladrón, pero nadie hizo nada, bueno, solo una persona. Me escuchó gritar y se encontraba justo en el camino del ladrón, este, confiado en que igual que los demás no haría nada, siguió corriendo hacia él, pero sin dudar lo empujó haciendo que perdiera el equilibrio y cayera tirando mis cosas al suelo. Asustado, el ladrón se levantó rápidamente y salió corriendo hacia el lado opuesto. Yo me había levantado mientras tanto y corrí hacia el lugar en el que ese tipo había caído y en donde el sujeto que me había ayudado ya levantaba mis cosas.
—Muchas gracias —le dije— pensé que nadie me ayudaría.
—¿Está usted bien? —me preguntó —¿No se hizo daño?
—No, estoy bien, solo un pequeño golpe.
Otras personas se acercaron para ver lo que pasaba, sí, claro, pero antes nadie más fue capaz de ayudar. En fin, supongo que es difícil tomar un riesgo por alguien que no conoces.
—Aquí tiene —me dijo entregándome mi bolso y mi teléfono —al parecer no pudo llevarse nada, aunque parece que el teléfono se llevó un buen golpe…
Tomé mis cosas y revisé mi celular, quizá por el golpe al caer o no sé por qué, pero no encendía.
—Demonios, bueno, de los males el menor. Le agradezco mucho señor…
—Enrique, Enrique Fuentes para servirle. ¿Está segura de que no se lastimó?
—No, estoy bien, le agradezco nuevamente. Creo que mejor me voy antes de que se haga más tarde. Gracias de verdad.
—Por nada, que pase una buena noche.
Nos dimos la mano y me fui. No podía pedir un auto si mi teléfono no reaccionaba, así que tendría que caminar a la avenida para tomar un taxi. Sí, me parecía lo más estúpido del mundo después de haber sido víctima de un asalto, pero no tenía opción. Llevaba ya algunos minutos esperando, cuando un auto se paró enfrente de mí.
Genial, pensé, algún idiota queriendo hacerse el interesante. No estaba de humor para comentarios obscenos, así que me alejé un poco del auto, pero el conductor abrió su puerta y bajó. Estaba a punto de echar a correr cuando lo vi. Era el mismo hombre que me había ayudado antes.
—Perdone, no quise asustarla, pensé que tal vez querría que la acercara a algún lugar. No parece muy seguro aquí.
—Mmm ya, me imagino que ofreces aventones a todas las personas que encuentras por aquí, ¿no?
—Ja, ja, ja. No, aunque nunca había visto a una mujer tan guapa como usted por aquí, la verdad.
Me le quedé viendo, parecía cerca de los cuarenta, llevaba camisa y pantalones negros; algunas canas resaltaban de su cabellera en la oscuridad de la noche y cuando volteó a verme pude distinguir sus ojos claros. De pronto esa sensación de éxtasis regresó a mí, quizá podría salir algo de eso.
—Podrías hablarme de tú, ya me has salvado una vez hoy. ¿Y hacia dónde vas? —Le pregunté.
—Debo atravesar la ciudad, pero puedo acercarte a donde quieras.
Lo medité por un momento, el tipo me había ayudado antes, seguro había salido del concierto, era guapo y parecía educado, tenía un buen auto. En fin. En unos segundos decidí que no parecía una mala persona y quizá podría hacer algo divertido por una vez.
—Está bien. Gracias.
Caminó hasta el otro lado del coche y me abrió la puerta. Al subirme, dejé mi falda lo más arriba posible y mientras él rodeaba el auto para subir, desabroché un botón de mi camisa.
—Bien, ¿hacia dónde? —preguntó.
—Voy hacia la Condesa, así que cualquier lugar que te quede cerca, está bien.
Encendió el auto y comenzó el trayecto. Notó de inmediato mis piernas y yo crucé una sobre otra para que quedaran aún más descubiertas.
—¿Puedo poner mi bolso atrás? —pregunté en una luz roja.
—Claro, adelante.
Me estiré para dejarla en el suelo atrás y pegué un poco mis senos sobre su brazo.