La Barraca
cultas tierras, se dijo que hab
ado á la lucha para conquistar el pan. Allí lo había ?muy largo?, como decí
círculo de la miseria rural, mudando cada a?o de oficio, sin encontrar
cía él-para que en su vivienda no faltase nada; y Dios premió su laboriosidad enviándole cada a?o un hijo, hermosas criatu
el molino y dedicarse á carrete
por su instinto. Vigilaba á todas horas, permanecía siempre junto al rocín delantero, evitando los baches profundos y los malos pasos; y sin embargo, si algún carro volcaba era el suyo; si algún animal c
so y sufriendo el tormento de pasar meses enteros lejos de la familia, á la que adoraba con el afecto reconcentr
nuo acarreo de pellejos hinchados de vino ó de aceite perdíase en manos de chalanes y construc
eternamente sedientos, en los cuales retorcían sus troncos huecos algar
incesante mirar al cielo, temblando de emoción cada
un viaje á Valencia conoció á los hijos de don Salvador, unos excelentes se?ores (Dios les bendiga), que le dieron aquell
ivas tan hermosas tierras; pero ?iba transcurrido tanto tiempo!... Además, la miseria no tiene oídos; á él le conv
poseído de un dulce éxtasis al verse cultivador en la huerta feraz que tanta
por las innumerables acequias y regadoras que surcaban su superficie como una complicada red de venas y arterias; fecundas hasta alimentar familias enteras con cu
tad!... Y desperezándose, este hombretón recio, musculoso, de espaldas de gigante, redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sostenido por un
ierras, que apenas si se fijó e
iatas barracas. Batiste no hacía caso de ellos. Era la curiosidad, la expectación hostil que inspiran siempre los recién llegados. Bien sabía él lo que era aque
empezó á quemar al día siguiente de s
de sus cenizas asquerosos bichos chamuscados. La barraca aparecía como esfumada entre
estaban; pero él, como labriego experto, quería trabajarlas poco á poco, por secciones; y
en la vieja barraca lo mismo que los náufragos que se aguantan sobre un buque destrozado: tapando un agujero aquí, apuntalando allá, haciendo verdaderos prodigios para qu
jornalero, descansando solamente para echarse atrás las gre?as caídas sobre la sudorosa y roja frente. El hijo mayor hacía continuos viajes á Valencia con la espuerta al hombro, trayendo estiércol y escombros, que colocaba en dos montones, como c
e una semana, sudando y jadeando l
atiste las entabló y labró con ayuda del vie
tierra roturada en tres partes. La mayor para el trigo, un cuadro más peque?o para plantar habas y otro p
erto, la familia procedió á la siembra. Era el porvenir asegurado. Las t
r el inmediato camino unas cuantas ovejas de sucios vel
as profundas órbitas y la boca circundada por una aureola de arrugas. Iba avanzand
nas que allí estaban se atrevía á aproximarse á las tierras. Al n
No se podía pasar: las tierras estab
abía llevado su reba?o á pastar los hierbajos del barranco de Carraixet, s
s para ver con sus ojos casi muertos al hombre audaz que
y al fin comenzó á m
do son muchos los enemigos!... Muy mal; se había metido en un paso difícil. Aquellas tierras, después de lo d
ejarse se echó la manta atrás, alzando sus descarnados brazos, y con cierta entonación
u: ?te portarán
uerta. El tío Tomba ya no podía meter sus ovejas en aquellas ti
los respetos que merecía el anciano pastor, un hombre que en sus mocedades se comía los franceses crudos, que había visto mucho mundo,
cunda simiente las entra?as de sus tierras, pensar
er. Ya era hora de pe
te de las tierras para ir á Valencia á cargar en su carro t
ones del padre. La giba de estiércol, que formaba una cortina defensiva ante la barraca, creció rápidamente, y más allá amontonáronse centenar
ta la prontitud y buena ma?a de los labor
tuídas otras; una capa de paja nueva cubrió los dos planos pendientes del exterior. Hasta las crucecitas de sus extremos fueron sustituídas por otras que
arraca de Barret, colocándose recta la mon
asomaban por los huecos de las paredes sus cuadradas caras del mismo color. Bajo la parra hizo Batiste una plazoleta, pavimentada con ladrillos rojos, para que las mujeres cosieran allí en las horas de la tarde. El pozo, después de una semana de descensos y penosos acarreos, quedó limpio de tod
?Vaya un modo de trabajar!... Aquel hombre parecía poseer con sus mem
las, la cabeza metida entre los hombros y el espinazo doblegado, embriagándose en su labor; y la barraca de
la plazoleta, frente á la barraca, florecían macizos de dompedros y plantas trepadoras. Una fila de pucheros desportillados pintados de azul servían de macetas sobre el banco de rojos ladrillos, y por la puerta entrea
Pimentó. ?Podía esto consentirse? ?Qué p
la frente oyéndoles,
a que hacer. Pero el tal sujeto no salía de sus campos, y no era cosa de ir á amenazarle en su propia casa. Esto sería ?dar el cuerpo? demasiado, teniendo en cuenta lo que podría ocurrir luego. Había que ser cauto y guard
seguían con mirada atenta los progresos de la maldita famili
caba ocupación yendo á la ciudad á recoger estiércol. Quedaba la chica, una mocetona que, terminado el arreglo de la barraca, no servía para gran cosa, y gracias á
on la aurora, iban por todas las sendas con la falda ondeante y la cestita al brazo camin
hombre apareció en el camino saliendo de una senda inmediata y m
hoz, pero sereno, tranquilo, irguiendo su cabeza redonda con la expresión imperiosa tan te
aunque jamás había hab
encuentro que ta
le habló con voz melosa, esforzándose por dar á su fer
iempo que lo deseaba; pero ?cómo ha
netes no
mbres que le querían bien, á los conocedores de las costumbres de la huerta. Su presencia allí era una ofensa, y
al fin, pareció confundido por la serenidad del intruso, anonad
de dar el pan á su familia. él era un hombre pacífico, ?estamos? pero si le buscaban las cosquillas, era tan valientinuó su camino, volviéndole la esp
oda la huerta, se mostraba cada vez más d
[6]-le gritó cuando esta
-contestó Batis
camino. A lo lejos, en la antigua barraca de Barret,
rlado de él aquel tío!? Masculló algunas maldiciones, y cerrando el pu?o s
rás.... ?Me les
a, vibraban condensados to