Mi Teniente, ?No Quiero Golpear A Mi Pueblo!
les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no
3: 10,
s del pacifico" le decían algunos mamertos incautos, ahora dicha Atenas, esta reducida a un apocalipsis urbano, a un caos semi dantesco de carros patas arriba, de llantas quemándose en los semáforos, de cascos de policías antimotines en las esquinas arrumados como pirámides en ruinas, de bolillos partidos en mil pedazos; como migajas de pan en e
lejeros se dan un festín con los pedazos de carne humana que yacen esparcidos por las calles de la Atenas del pacifico. Y los gatos, con la parsimonia q
y que le prohibían al pueblo protestar en frente de cualquier edifico gubernamental, no sirvieron de nada ante la furia de la chusma iracunda, ante la furia de un pueblo asu
y ovejas que arrear, ya no hay tenientes a los cuales adular, Ahora solo queda él, solo y abandonado, solo con sus pensamientos, con sus miedos, con sus inseguridades, con sus demonios, los cuales se agitan como culebras
ta vida!
edita como cabo fue a parar al canasto de la basura. El bolillo, que horas atrás había usado para golpear a los manifestantes,
dolor. ?Gran pu
ía escuchar los gritos de aquellos que habían irrumpido al edificio gubernamental y tomado el control a las malas.
s, y debía ser coherente con ella, ya no hay marcha atrás, lo hecho, hecho está. Pensó en voz alta. Ernesto sabía que había traicionado todo en lo que creía, había traicionad
rtí en mi abuelo, un so?ador
scritorio que hay en la oficina, cerró sus ojos y espero lo peor. Un grupo de gente paso al lado de la oficina gritando y vitoreando.
ipal de la ciudad capital pensó en suicidarse otra vez, pero lo único que hiso fue quitarse la camisa negra y arrogarla por la ventana. La puerta de la oficina se abrió. ?Aquí está Ernest
scuchó. Ernesto no se dio la vuelta, él no quería mirar, cerro s
ra tirarte –le
atinó a decir: Después de lo q
vidrios que abundaban en el suelo. Cuando llego al lado de Ernesto e
de esos engendros! – Gritó con sus ojos cerra
r con valentía la rea
jer, como si fuera una hoja de un árbol arrastrada por la brisa. Ella se
Le ordenó él, aun co
– después de lo que hi
ojos color miel, su cabello casta?o, sucio por la inmundicia de las cloacas, se iluminó. ?Sus lágri
su esposa mientras duerme de lado, le obstruye la luz que entra por la enorme ventana de su cuarto, mas no le importa, Ernesto se acerca a ella y
tan temprano, mi amor? –
idad la mano izquierda de Diana y la desliza lentamente ha
con una sonrisa pícara ado
testa él, con su u
l sonido de la cadera de Ernesto chocando con las nalgas de su mujer retumba, como diana mili
adeando Diana. – Que vas
de su esposa en su mano derecha con furia. Y con la otra le apachurra sus senos.
seta blanca con el escudo del escuadrón anti motines en el pecho. Acto seguido se calzó sus zapa
espués de todo...? – Pre
él, mientras calienta los
ierra bien la puer
s prefieren dormir juntas abrazadas. Con sus ojos llorosos, hinchados de orgullo el joven policía ve dormir a sus gemelas abrazadas, la tierna escena hace que su
es dice murmurando y s
ncuentra todos los días a la misma hora con una bella joven de cabello casta?o y ojos color miel. Dicha mujer siempre viste coloridos shorts muy cortos, acompa?ados de camisas ce?idas a su delicado torso, que resaltan sus enormes senos. El encuentro "casual" que ya se ha convertido en una cita semi concertada por ambos, siempre sucede a la misma hora (las 5 y media) y no dura más de dos o tres segundos. él y la bella joven hacen contacto
detrás de un árbol. Pasan cinco largos minutos y la bella joven, ahora semi famosa, no aparece. Aburrido, Ernesto, decide seguir su camino, y en ese momento la hermosa chic
ien? – Le
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