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Wallis Simpson, jaque a la corona

Wallis Simpson, jaque a la corona

angelesteban456

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Capítulo

Wallis es una mujer de familia media norteamericana que conocerá al que es príncipe de Gales, se enamorará de él, pero su amor esta´prohibido a pesar de ser correspondido. ¿Logrará casarse con él y ser feliz?

Capítulo 1 Wallis la mujer

EL TORMENTO DE UNA REINA

CAPITULO

12 de Febrero de 1997

El cielo plomizo de Londres amenazaba lluvia y el palacio de Buckingham, envuelto en una niebla gris, semejaba perderse en el aire, ocultando su silueta tras una cortina húmeda. La reina Elizabeth II tomaba el té con la reina madre y su regio esposo el duque de Edimburgo. El vaho de los cristales, como fantasmal anuncio de desgracias aun no concebidas, evidenciaba el contraste de temperaturas entre el exterior y el salón en que se encontraban, acompañados de dos miembros del servicio secreto, del MI5 y el MI6 respectivamente. El premier del Reino Unido de Gran Bretaña, Anthony Charles Lynton, con rostro circunspecto, fruncía el ceño ante las palabras duras y el gesto hosco de Su Majestad Británica, que miraba en torno suyo demandando atención inmediata a una preocupante situación. Sustentaba una certera visión del presente y realizaba un lúcido análisis del pasado mientras escuchaba.

Las tazas de porcelana Royal Albert, con sus flores rojas en pequeños ramilletes adornándolas, dejaban escapar el aroma del Earl Grey, el té preferido de la reina. Esta se llevaba el borde de una de ellas a los labios, para apenas tocarlo, y dejarla abandonada en la mesa. De nuevo llegaba la pesadilla, agazapada entre las juntas de las frías piedras, aguardándole en las tinieblas zarandeadas por el fragor invisible de la batalla en ciernes. Se envara y con voz firme, que más recuerda a otros tiempos en que los reyes ingleses gobernaban, además de reinar, se dirige al primus inter pares del reino,

-Estamos caminando por la cuerda floja, tal y como la reina Mary hubo de hacer hace años, cuando otra mujer atrevida, instrumento de una potencia extranjera, colocó a la Corona en una situación similar.-La reina madre se muerde los labios y cierra las manos, clavándose las uñas en la carne, al rememorar los acontecimientos a que hace referencia la reina actual.- Su Alteza real el príncipe Charles, se halla en una encrucijada al tener junto a sí, a una mujer que se ha vuelto indeseable para la monarquía, y haber de ocuparse en sus obligaciones. Ante tales escándalos resulta imposible al pueblo, el poder aceptarlo como heredero legítimo y sucesor…ya se habla de que su hijo William ocupe su lugar en la sucesión dinástica. La reina cuestionaba las certidumbres sociales, en pro de una imagen que desaparecía por momentos a sus ojos, la de una familia unida sin fisuras, y de una conducta intachable. Las incómodas querellas familiares, surgían como emergiendo de un caldo de cultivo, que presagiaba el fin de una era.

-Si Su Majestad me permite decirlo,-toma la palabra el premier británico, que con arrobo estúpido acertaba hablar,-debemos ser cautos y concederle algún tiempo a su alteza, para restaurar la posición de su persona y la de la Corona por ende. La princesa Diana de Gales deberá reunirse con él, a fin de tratar las cláusulas que nos permitirán controlar la desagradable situación que se está produciendo actualmente. Sus hijos, los nietos de Su Majestad, serán el instrumento de control que se precisa, para mantenerla alejada de declaraciones a los periodistas de la prensa amarilla y de escándalos que la alejarían de ellos.

-Aun tiemblo cuando recuerdo los hechos que desembocaron en la abdicación de David. (Eduardo VIII)-se decide a hablar la reina madre con voz entrecortada, como si el miedo aun anidase en su cerebro, desde que los hechos sucediesen tal y como ella mantenía nítidamente en él.-la Corona se estremeció, cuando un rey inglés abdicó, abandonando sus deberes reales por causa de una mujer, que ni tan siquiera era británica…

Tony Blair, que se sentía encandilado ante estas sesiones de palabras y personajes olvidados temporalmente, escuchaba con atención, echándose hacia adelante y juntando las cejas concentrado en las palabras de la reina madre, que pasaba a relatar su experiencia con aquella mujer, que hizo temblar los cimientos de la monarquía inglesa. Wallis Warfield Simpson.

-En todo caso resulta imposible continuar con la situación actual y deberíamos hacer algo, tomar medidas contundentes…ya hemos sufrido un divorcio, y estamos cada día en los titulares de la prensa sensacionalista, creo que es más que suficiente para esta familia.-Mira la reina a los miembros de los servicios secretos, que callan y asienten por toda respuesta-.Es mi deseo que el conde Spencer, Lord Althorp, se persone ante mí para tener unas palabras al respecto. Deberemos ser firmes en este caso, que levanta tanta alarma social, y que perjudica tan grandemente a la Corona,-mira a su marido, casi suplicando su intervención, sabedora como es de su ascendiente sobre la ex princesa de Gales, que se desentiende.

No pronunciará más palabras la reina, atrás quedan ya las insidias pronunciadas, y desciende al mundo concreto, desechando las pesadillas de otras eras, que se levanta siendo imitada, tal y como exige el protocolo real, para quedarse mirando, a través de los empañados cristales al exterior del frío palacio. Tuvo la impresión de estar tocando el frío cadáver de una mujer, que reinaba en su lugar, a través de los tiempos y el espacio que separaba a ambas. La reunión se da por concluida.

La lluvia cae con fuerza lavando las aceras de Londres y envuelve el palacio con sus lágrimas, casi elevándolo en el aire como si de un delicado juguete se tratase. Impertérritos, los guardias reales quedan en pie ante las puertas, bajo la protección de las garitas, atentos a lo que en el exterior sucede. La luz tenía un color lechoso y producía la sensación de que de un instante a otro, unos ojos salidos de la negrura, se apoderarían de la voluntad de los vivos, instaurando un régimen nuevo, en el lugar del existente, que latía como agonizante ante los que miraban más allá de la realidad patente.

La reina madre camina pesadamente y rememora en su cerebro, los momentos vividos, cuando un rey abandonó la Corona, supuestamente por un amor prohibido…si ellos supiesen lo que ocurrió en realidad, en aquellos turbulentos tiempos…eso sí que haría tambalearse los cimientos de la monarquía en Inglaterra, y no las fútiles razones de su hija la reina, que cree sufrir en exceso.

El Reino Unido se convulsiona al conocer los escabrosos detalles del accidente en que ha fallecido la ex princesa de Gales en el puente del alma en París. Unas horas antes, ella y “Dodi”, salían del hotel Ritz felices y dispuestos a escabullirse de los paparazzis. La prensa se hace cargo de la fatal noticia y son millones de periódicos los que caen en manos del gran público, que llora su muerte y deposita flores ante el palacio de Buckingham, obstruyendo la entrada conformando una pirámide de dolor.

Las imágenes darán la vuelta al mundo en cuestión de minutos y la gran incógnita que planeará para siempre sobre la testa Coronada de la reina de Inglaterra, será, si en realidad fue un accidente, o si por el contrario los servicios secretos habrían hecho su trabajo, librando a la Corona de un peligro inminente, que podría haber demolido la monarquía, tan arraigada por centurias en el Reino Unido.

No hizo falta que nadie sacase a la palestra a otra mujer que puso en jaque a la Corona, por muchos años, arrastrando tras de sí a todo un rey inglés.

7 de Abril de 1920 Base naval de San Diego California.

El acorazado Nuevo México de propulsión turboeléctrica sirve como plataforma para la recepción del heredero de la corona inglesa Eduardo, el príncipe de Gales. Su proa, en forma de clíper semeja respirar en las aguas de la base naval. Numerosas personas se agolpan alrededor para festejar su llegada y saludarlo. Entre ellas una mujer que la historia misma reconocerá como especial, alarga su mano embutida en un guante blanco. Es Wallis Warfield. El heredero, entre los nobles capitanes y oficiales del navío de su augusta majestad, la saluda como a una más y ella, mujer de gran personalidad y carácter dominante se siente humillada al permanecer anónima entre la multitud. Aun lo ignoraba pero aquel detalle supondría un punto de inflexión, para la relación posterior que se desarrollaría entre el heredero de la corona inglesa y ella misma. Decepcionada, abandona la base y sigue su ruta previamente fijada para instalarse en Washington DC. A ella misma le resultaba un tanto cómica, tan desmesurada reacción por su parte, aquel desbarro en su mente producido por un desprecio inexistente.

La capital de los Estados Unidos, presenta su mejor cara en verano, cuando sus gentes la abandonan en masa y la paz invade sus calles al atardecer. Wallis se paseó para conocerla a fondo y saber cuales son, las áreas de interés para una mujer con pretensiones como ella. Las embajadas, se le presentaron como la miel a una mosca golosa, que deseara beber de su alimento, para crecer y hacerse fuerte. Carecía de dinero suficiente, como para residir en aquella zona, por lo que hubo de conformarse con hacerlo en la parte más humilde, con la firme promesa de abandonarla sin demora. Y cuando Wallis se prometía algo a sí misma lo cumplía sin dilación.

Disponía de tan solo dos vestidos, que ella consideraba capaces de atraer la atención de la clase de hombre que ella deseaba conocer. Uno era ceñido al talle con un ancho cinto negro que lo adornaba con su brillo charolado. Sus zapatos eran de medio tacón y un diminuto bolso, completaba el atuendo. El otro, un vestido color beige, algo más largo y amplio, se ablusaba en la cintura, estilo años veinte, y lo solía adornar con un collar de perlas falsas, que le caía en dos hileras, que le llegaban, hasta algo más de la cintura. Se sentó en una cafetería que ella creyó frecuentarían los diplomáticos extranjeros, y no se equivocó. Al poco un varón de pelo negro, elegantemente vestido, con traje gris de raya diplomática y tez ligeramente oscura, penetró en el lugar y se sentó en la mesa de enfrente.

Las miradas de ambos se cruzaron y Wallis supo que el primero de sus objetivos estaba cumplido. Wallis sonrió sin demasiado entusiasmo, y el desconocido le correspondió mostrándole unos perfectos dientes, en una sonrisa franca. Se atrevió a levantarse y acercarse a saludarle con amables modales.

-Perdone mi atrevimiento señora,-le habló con arrobo por su parte, extrayendo como gotas de rocío, reservado únicamente, a quién hiciese arder su entusiasmo, como una hoguera- he visto que está usted sola…¿me permite invitarle a sentarse en mi mesa?. ¡Oh que desconsiderado soy!. Me llamo Felipe Espil, soy el primer secretario de la embajada de la república Argentina.

Nada presuponía que ambos fuesen a ser nada más que simples conocidos, pero el destino suele reírse de quién con el juega, y castiga con amor a quién lo suele despreciar. Wallis Warfield, que estaba harta de las palizas de Win, las noches eternas mojando con sus lágrimas la almohada, y los vanos intentos de cubrirse con maquillajes baratos los morados, había encontrado eso sí, la horma de su zapato. Pero aun el destino no había jurado venganza, contra aquella mujer diabólicamente armada, para de someter a los hombres más variopintos. La conversación fue transcurriendo por cauces nada comunes, al inquirir Wallis sobre sus actividades en la embajada, lo que al principio le supuso tener que rebasar una barrera, por creer Felipe Espil que podrías muy bien tratarse de una espía al servicio de alguna potencia extranjera a la caza de información. Pero pronto se convenció el argentino de que lo que la dama en cuestión buscaba, no era sino una aventura intensa, con alguien que se encontrase a su altura.

-Parece que usted acabase de llegar, desea saberlo todo, y pregunta con auténtica sed de datos…

-¡Oh! Lamento parecerle tan ansiosa, es solo que debo integrarme cuanto antes en esta enorme ciudad y tras pasar tantos años encerrada en un lugar más pequeño…

-Le veo señora…

-Warfield, señora Wallis Warfield, estoy recién separada, espero que esto no le escandalice señor Espil.

-No se preocupe por eso, para mí las formas no son importantes en la vida privada, sino solamente en la pública, donde la imagen es algo que muestra lo que se desea que los demás vean. Créame cuando le digo que este loco y atrevido caballero, conoce muy bien como navegar en estas aguas sucias que ocultan las verdades de las mentes preclaras.

-Vaya es usted señor Espil un hombre práctico, creo que podría aprender de su persona muchas cosas útiles…

-Eso solo dependerá de usted señora Warfield, si accede a pasar más tiempo con este estrambótico secretario de embajada, quizás logre su propósito…

La sonrisa franca y la expresión pícara de Felipe Espil conquistó a Wallis que veía al fin como un varón era capaz de sorprenderla y fascinarla, reconociendo años más tarde que había aprendido la mayor parte de las cosas que sabía de la boca y la mano de Felipe Espil. Había dado comienzo una relación estable, “interesada” por causa del conocimiento, de la clase social y del caudal de experiencia que Wallis absorbía sin descanso.

-¿Estará en Washington mucho tiempo?, no desearía perder demasiado pronto su agradable compañía. Mis atribuciones me permiten ciertos márgenes de movimiento y es en esos instantes cuando más anhelo la compañía de una mujer culta y con inteligencia.

-Pero sin lugar a dudas habrá muchas mujeres que tratarán de hacerle compañía y permanecer cerca de usted…es un hombre atractivo e inteligente y ese binomio no se da con demasiada frecuencia.

-Creo que no ha comprendido lo que realmente pienso, o quizás me he explicado mal yo…perola belleza aunque es imprescindible y admirable, no lo es todo en este mundo, y no, no estoy haciendo referencia a ese típico tópico de que existe la belleza interior que es una solemne tontería…me refiero naturalmente a la mezcla adecuada entre inteligencia, elegancia, belleza, y clase que solo junas pocas mujeres y hombres poseen en el mundo. Debo decir que usted posee al menos la mayor parte de estos rasgos.

-¿Sabe que me halaga más de usted?. Que no es zalamero ni se arrastra tras una cara femenina. Yo solo pretendo hallarme algún día a la altura de las circunstancias, y del hombre que deba acompañarme en el largo viaje de la vida.

-No peque de vanidosa, pero tampoco de modesta, ¿por qué razón debería acompañarle tan solo un hombre en el recorrido de este viaje, cuyo último trayecto se termina en absoluta soledad?, busque compañeros y no compañero…que imbuida de saberes que se restringen, de quienes deambulan por la vida, sin hallar el sentido, encontrará el contenido, de aquello que le sabrá a miel agria en vaso de cristal.

-Creo que por un poco de tiempo me dejaré llevar por usted, será como tener un guía privado para recorrer el mundo en su plenitud más exquisita.

-Créame cuando le digo que la llevaré por veredas inexploradas y conocerá la verdadera diferencia entre el bien el mal y lo conveniente. Esto último casi nadie lo conoce.

-Yo sí. –fue taxativa Wallis que se veía envuelta por una filosofía capaz de encantarla como si su recién estrenado partenaire, poseyera una extraña e invisible varita mágica capaz de quitarle el velo a la realidad convirtiéndola en algo asequible y fácil de acceder.

Aquella tarde Felipe Espil, le llevó al exclusivo club Scanthope, donde se daban cita los hombres de negocios de la capital federal y en el que tan solo se podía entrar previa invitación de al menos dos de sus miembros. El caso de Felipe Espil era algo que quebraba las normas del club, solo por causa de su posición y de la del embajador de la república Argentina. El vestíbulo mostraba un peristilo de columnas de mármol blanco veteado en rosa, que se hallaba coronado por capiteles antropomorfos, que sostenían los nervios de una formidable cúpula acristalada, con hermosos colores. Imponente como morada de dioses antiguos, que abandonasen el lujo y las maneras que les presentaban a los mortales, como dueños de sus destinos. Un larguísimo mostrador atendido por seis personas de ambos sexos, se escondía tras este círculo de pilares, rodeándolo casi por completo. Tan solo una gran puerta de dos hojas de madera blanca con ribetes dorados se abría como única salida a un patio interno, que s debía atravesar para llegar al gran salón donde se reunían los hombres, los barones de la economía y el poder político de la ciudad y de la nación misma. Wallis acompañó ante la atenta y sorprendida mirada de los ujieres a Felipe Espil, hasta que sus pies tocaron el cuidado césped del patio, dejando la fuente central tras de sí. La gran biblioteca, que eso era en realidad el gran salón, como lo denominaban, presentaba un aspecto impresionante, cubiertas sus paredes a lo largo y ancho por miles, quizás millones d volúmenes en sus estanterías de acacia y roble. Una veintena de varones sentados, en pie o apoyados en las estanterías leían charlaban y discutían en medio de una nueve de humo que flotaba como queriendo crear una atmósfera que amenazaba con engullirles. Felipe le sugirió a Wallis que se despegase de él, y buscase su primer contacto por sus medios. Wallis asintió sonriendo a medias y aceptó el reto. Se paseó sin coquetería ni sensualidad ninguna entre los hombres y se quedó en la tangente de un círculo de varones que discutían sobre la economía en el extremo oriente.

-El acero y el hierro serán importados de USA, para crear las flotas de guerra y las acerías de Japón, que se convierte a pasos agigantados en una potencia militar de primer orden.

-¡Por favor Haberland, eso es un sueño de fantasía imposible, esa gente carece de la mentalidad adecuada, serán siempre parias al servicio de Rusia o USA…

-Lamento tener que contradecirle señor…pero el caballero que responde al parecer al nombre de Haberland, tiene el cien por cien de la razón. Yo misma tengo en mi poder datos de sumo interés al respecto, -mintió con descaro Wallis, que lo ignoraba todo sobre el tema, y daba palos de ciego, a fin de introducirse subrepticiamente en el cerrado círculo social de la capital-Japón será una potencia dentro de una década no más…

Wallis acababa de acertar, sin saber absolutamente nada al respecto, conocedora de sus limitaciones, que eran muchas y las miradas de los presentes pasaron de centrarse en ella como mujer, a hacerlo como si en verdad fuese otro hombre, como eran ellos. La conversación prosiguió por derroteros, que ella ignoraba a donde irían a parar, y sin embargo acababa de comportarse, de la manera que ninguna hembra haría en presencia de aquellos magnates, dueños de vidas y haciendas, señores del metal que el mundo gobierna como cetro real que nadie ve, nacidos en un mundo nuevo, América. Al grupito que conformaban sus interlocutores se fueron uniendo otros, que se sentían atraídos por la extraña discusión, y de la que creyeron poder extraer beneficios propios. Wallis fue adquiriendo sin ella quererlo la prominencia que solo otro hombre podría tener en aquellas circunstancias. Su cara al contrario de lo que sería lógico pensar, no mostraba entusiasmo, ni alegría en especial, algo de lo que le había advertido antes su “maestro” Felipe Espil. Era menester, que todos creyesen que la dama se hallaba acostumbrada tales conversaciones entre varones, y no que anhelase tales. En torno a la mesa central de enormes proporciones y sobre la que se extendieron mapas, Wallis fue marcando lugares en el extremos oriente y en Japón como si supiera de lo que hablaba. Nada les hizo sospechar sobre las intenciones verdaderas de Wallis a aquellos empresarios que veían como nuevas informaciones, por supuesto hechas al azar, les mostraban lo que ellos mismos creían identificar como nuevos caminos. Espil entretanto disfrutaba del órdago lanzado sobre los engreídos norteamericanos y se unía en sus disquisiciones de vez en cuando, fingiendo sorpresa, que no sentía, para esperando en acecho constante, saber de su respuesta. Desde aquel momento crítico en la vida de Wallis todo daría un giro espectacular en torno suyo, como si la diosa fortuna le hubiese tocado con su varita, para revestirla de encanto y fascinación, a los que ningún varón podría sustraerse. Los clubes de la capital, se disputarían eso sí, discretamente su presencia en las charlas de sobremesa y en las tertulias donde se discutían los asuntos de mayor relevancia en los tiempos en que el mundo entero parecía estar dando un cambio de ciento ochenta grados

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