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Desde el Corazon Historias Romanticas

Desde el Corazon Historias Romanticas

cibene

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Capítulo

Promocion de Historias Romanticas para ti. Cada capitulo, una historia romantica diferente

Capítulo 1 La Amante de mi Amigo

—Es una maravilla, chico. Suave, femenina… Mira, no esperaba que me sucediera una cosa así, pero aquí la tengo. ¿Qué puedo hacer? Verás. Hubiera dado algo porque no sucediera, pero, como bien dice el refrán, «el hombre decide y el destino dispone». ¿O no es así? Bueno, tampoco importa demasiado. El caso es que, pese a todo, estoy encantado. Espero, asimismo, que mi estirado suegro no aparezca más por el despacho. No soy tan responsable, ¿verdad, Borja? Después de cinco años de tenerme, como quien dice, atrapado y de criado suyo, va y se larga, según dijo, a dar la vuelta al mundo.

¡Pues mira qué bien! Pero lo más formidable de todo es la secretaria que me dejó y, a la vez, después de tanto esperar, que me dio al fin la dirección de sus laboratorios de cosmética. Ya sé, ya sé. Me estás mirando como si fuera un demente quien te estuviera hablando, pero… ¿tengo yo la culpa de haberme enamorado?

Borja fumaba y escuchaba a Juan Beltrán como si lloviera. Nunca se explicó cómo una persona como Diana Menchado se casó con él. Pero el caso es que, además de casarse, le había dado dos preciosos hijos. Una situación económica espléndida que Juan Beltrán no esperaba alcanzar jamás, una dirección de empresa, y encima, por lo que estaba sabiendo, una preciosa y joven amante. ¡Casi nada!

Juan, ajeno a lo que pensaba Borja o quizá muy dentro de él, pues para eso eran amigos y se conocían sus mutuas debilidades, de las cuales, bien sabía Juan, pecaba más él que Borja, al menos en el sentido negativo, pues sin que Borja fuera un dechado de perfecciones, por lo menos era un tipo honesto y cabal, pensador y poco dado a las frivolidades…, cosa que, dicho sea de paso, él no compartía en modo alguno, pues nació pecador, y pecador y pendón seguiría siendo toda su vida, y, aun de viejo, seguro que engañaría a quien tuviese que engañar, para vivir su pedazo de vida. Y si en el otro mundo había chicas bellas y generosas, él compartiría muy gustoso sus aficiones. Pero, dejando a un lado estas reflexiones y las que pudiera estar haciéndose Borja, Juan añadió, sin importarle demasiado el parecer de su viejo amigo, hallado súbitamente en el aeropuerto londinense:

—Como vamos a viajar juntos a España, ya te seguiré contando. Pero, dime, dime —añadió Juan, con su verborrea, sin treguas ni pausas—, ¿qué diablos haces tú en Londres y embarcando para España?

—Lo que ves. Embarcando. Y lamentando que tenga que soportarte durante el vuelo, aunque éste no sea muy largo.

—No seas cabezota, siempre hemos sido buenos amigos.

—Juan —Borja se ponía aún más serio de lo que era habitualmente—, fuimos compañeros de estudios, y recuerda que cuando tú empezabas a cortejar y terminabas la carrera, yo la empezaba. No tengo la culpa de que fueras a dar al piso donde yo me hospedaba en Madrid con otros compañeros.

—Eres despiadado, Borja. Y te lo digo porque yo te apreciaba; tú estabas como quien dice en pañales, pero recuerda cuando salimos de juerga aquella primera noche de tu vida sexual. Fui yo quien te lió con la chica aquella que te despertó a la virilidad…

Borja sonrió, acomodándose mejor en su asiento del avión. En realidad, siempre estimó a Juan. Sabía que era un botarate, que estaba muy enamorado de su novia Diana, que hacía un matrimonio espléndido y que el futuro suegro le tenía muy a raya… Pero, en el fondo, siempre lo consideró un bocazas, pero un bocazas con buen corazón, generoso y excelente amigo. Las cosas desde entonces habían cambiado mucho. Él se preparaba para entrar en una multinacional inglesa, y Juan Beltrán estaba perfectamente situado, casado, con dos hijos, un suegro «lobo solitario», como él mismo se denominaba, y encima una amante. No se podía pedir más.

Claro que él no envidiaba a Juan Beltrán ni un poco siquiera, pese a la amistad que les unía por haber vivido un tiempo juntos en el mismo piso de estudiantes, y es que él prefería dárselo todo a sí mismo, a su esfuerzo, que a un suegro cascarrabias que medía los pasos y las palabras del yerno.

Pero Juan se las apañaba para salir airoso. A la vista estaba que, además de esposa, hijos, suegro y un puesto de aquí te espero, tenía la novedad de una amante, y notaba que de ella y de nadie más deseaba hablarle Juan durante el viaje de retorno a España.

El avión despegó y tomó vuelo. Juan se desabrochó el cinturón, se puso a fumar y continuó con su tema, mientras Borja Urtiaga fumaba flemático y escuchaba paciente las novedades que le contaba su amigo, a quien no veía desde que se casó con Diana, y él, como testigo e invitado, asistió a la boda. Por cierto, una boda espléndida, muy apropiada a la jet, a la cual desde entonces pertenecía el químico convertido en consorte millonario.

—Te decía —le siseaba Juan, mientras el avión parecía ya no moverse, pero sin duda volaba a toda velocidad hacia el aeropuerto de Barajas— que mi suegro al fin cedió su puesto. Me dejó de director; él se reservó la presidencia, pero, como le encanta viajar, se ha ido por unos meses, y, además de dejarme la dirección, como te indicaba, me ha dejado a su secretaria… Una chica de película. Joven, sensible, femenina. ¡Divina!

***

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