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¿Puedes ver las Mariposas?

¿Puedes ver las Mariposas?

Charid Joslienis

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Capítulo

El pasado te atrapa cuando se lo permites y eso es un límite difícil de apartar de tu mente, pero no imposible. Puedes visualizarlo como un monstruo aterrador y oscuro, porque el pasado sombrío y doloroso no te deja vivir ni pensar en nada más. Sin embargo, a pesar de todo eso, la vida es sólo una y por esa pequeña/gran razón debemos vivir cada día como si fuera el último, porque nunca sabremos cuál puede ser el último. A veces debemos dejar esos pensamientos de lado y animarnos a ir por más, a tener vivas esas ganas de comerse al mundo, a tomar caminos desconocidos con la esperanza de que habrá algo nuevo que aprender, a coger el valor de la mano para gritar una tontería en medio de la calle y a ser únicamente originales. Tener a alguien incondicional con quien puedas compartir un juramento especial... Uno como el de Díon Jean y Marcus... —Estaremos juntos por siempre... —Hasta el final... —Hasta que el árbol más viejo se seque y se derrumbe... —Hasta que las nubes dejen de aparecer cada día... —Hasta que la lluvia deje de caer... —Hasta que el sol deje de resplandecer... —Hasta que las estrellas dejen de brillar... —Y hasta que Díon Jean deje de ver mariposas.

Capítulo 1 Contexto del pasado

Como primer punto me gustaría explicar una cosa. La Esquizofrenia Zoobílica de 'efecto mariposa'.

Esta es una rama de la esquizofrenia como se la conoce, la cual se enfoca en la percepción de animales, más que todo, en vez de personas o cosas.

Y el 'efecto mariposa' se refiere a que sólo y únicamente puede ver, sentir y oír el revoloteo de las mariposas.

Entonces, sin más preámbulos, me presentaré…

Hola, mi nombre es Díon Jean Clover. Tengo 18 años y soy hija única. Mi historia comenzó desde el momento en que nací, supongo, aunque en esta parte es donde se pone interesante. Les comentaré porqué.

Mi vida transcurrió de manera normal, sencilla y aburrida durante la mayor parte de mi infancia, pero, cuando pasé a la pre adolescencia, surgieron cambios en mí, aparte de los físicos.

Un día, estaba echada en el césped del patio trasero de mi hogar y empecé a ver como aparecían frente a mí miles y millones de mariposas revoloteando, eran de muchos colores y sólo daban vueltas y vueltas. Llamé a mi madre muy emocionada, puesto que quería enseñarle esa maravilla. Salvo que, mi madre me observó horrorizada al ver mi cara de emoción y dijo que ella no podía ver nada de lo que yo le decía. Le repetí muchas veces que ahí estaban, que era imposible no verlas por sus llamativos colores, pero ella llamó a mi padre y juntos me llevaron al doctor. Pensaron que empezaba a delirar.

En el hospital, el jefe de pediatría se encargó de mí y me hizo algunas preguntas. Luego, pidió a mis padres que pasaran para darles el diagnóstico y dijo que padecía de Esquizofrenia Zoobílica de Efecto Mariposa. Aclaró que era muy normal su aparición a mi edad y que el 89% de los casos se presentaban en niñas. Desde entonces, puedo ver mariposas revolotear a mi alrededor cuando estoy al aire libre.

A partir de ese día, las cosas en casa empezaron a cambiar. Ya no cenábamos en familia todas las noches. Mamá y papá discutían continuamente por cuestiones de dinero. Supongo que para el momento papá no ganaba lo suficiente para costear también mis medicamentos y me sacaron del Instituto privado en el que estaba.

Cuando empecé a tener un poco más de libertad, salía por las tardes a caminar por los bosques que quedaban a las afueras de la ciudad. Al acabar el sendero de uno de ellos, había un acantilado y un árbol en su orilla. Algunas veces subía a sus ramas hasta estar muy alto y me quedaba por horas contemplando el cielo mientras las hojas se mecían y me rozaban. En ocasiones, iba muy temprano antes del amanecer y otras antes del atardecer.

Un día, poco antes de mi cumpleaños número 14, salí a las 5am para ver el amanecer y, después de un rato, volví a casa como de costumbre. Pensé que, igual que cada mañana, entraría por la puerta trasera y estaría mi desayuno en la mesada, mi madre preparando algo en la cocina y mi padre tomando su desayuno antes de irse a trabajar. Pero no había nadie en la estancia, todo estaba cubierto por un silencio sepulcral.

Llamé —¿Mamá? ¿Papá?— pero nadie respondió. No era posible que se quedaran dormidos, mi padre era estrictamente puntual y a la hora de mi regreso, a veces, ya hasta se había ido. Busqué en el baño de visitas, en la sala y en el patio delantero diciendo —Mami, ¿dónde estás? ¿Pá, no te has ido?—, pero seguía sin obtener respuestas. Pensé en revisar en la plana alta, a ver si mi primera teoría sería cierta. Me dirigí hasta la habitación de mis padres, abrí la puerta y no podía creer lo que se presenciaba frente a mí. Quedé boquiabierta sin poder reaccionar, mi piel se erizó y no conseguía apartar la mirada del acto macabro. Sin tener noción de lo que haría, saqué mi celular del amplio bolsillo de mi sudadera, marqué el número 911 y lo posé sobre mi oreja para escuchar el tono de la llamada. Una voz femenina atendió y preguntó cuál era mi emergencia, así que respondí —Mi padre acaba de asesinar a mi madre y ha terminado con su vida igual, por favor, envíen ayuda— y luego colgué el teléfono.

Sólo recuerdo que me senté en los peldaños de la entrada a esperar la llegada de la policía. De momento no lloré ni reaccioné a nada de lo ocurrido, seguía sin creer los hechos, sólo veía mariposas, mariposas y más mariposas revoloteando a mi alrededor. Antes de salir de la casa, había tomado una carta que noté encima de la mesita de noche de mamá que decía: "Ya no soporto ni un momento junto a ti. En cuanto llegue Díon Jean, nos iremos y nunca volverás a vernos".

Aún la sostenía en mis manos cuando vi a la patrulla y a la ambulancia aproximándose. Pidieron ver el pliego de papel y me hicieron preguntas de lo que había presenciado. Estaba en el jardín delantero respondiendo al interrogatorio del oficial, y en ese momento pasaron dos camillas con los cuerpos sin vida de mis padres. Supongo que seguía en shock, puesto que no hice ningún movimiento, sólo clave la mirada en la acción.

Junto con los policías, llegó una trabajadora social y me explicó la situación como lo haría con una pequeña de cinco años. Al parecer ella notaba mi estado de pánico que aún trataba de ocultar. Sólo me limitaba a asentir a todo lo que decía, para subirnos luego a un vehículo de la policía.

Poco después de andar por la carretera un rato, llegamos a una casa hogar. La pesadilla de mi vida.

Como cualquier niña con un “trauma” tan marcado como el mío, no hice mi mayor esfuerzo en encajar, en participar o en empatizar con las demás jovencitas. De por sí, mi actitud no era la mejor antes del incidente, y no decidí cambiarla hasta que llegó ella.

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