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Valentina recordó aquel caluroso y fatídico día, seis años atrás, cuando aquellos hombres llegaron a raptarla. Tan solo tenía doce años y había pasado la tarde al lado de Estefanía, su idéntica hermana gemela, buscando flores para el jarrón de su madre. Se encontraban en una enorme pradera teñida de verde, con frondosos árboles y un pequeño río de aguas cristalinas. Vestía su traje blanco con estampados multicolores, llevaba sus pies descalzos y portaba una cesta en la mano, la cual se fue llenando de toda tipo de flores. Recordó la admiración que ya para esa época le despertaba su hermana. Aunque eran consideradas las niñas más lindas del pueblo, y no les faltaban pretendientes entre el numeroso grupo de muchachos, ella solo tenía ojos para su hermana. Mirarla era como mirarse a sí misma en un espejo, y aunque era consciente que su admiración y sus sentimientos hacia ella podrían considerarse un poco extraños, ya que solo quería que se presentara la ocasión perfecta para poderla besar en los labios, algo a lo que nunca se había atrevido, sabía que no sería feliz si no lograba llegar a compartir su vida al lado de ella como cualquier pareja de amantes.