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Resurreccion (la rosa de la muerte)

Resurreccion (la rosa de la muerte)

Itzel Moreno

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6
Capítulo

"Naci en 1830. Fui asesinada en 1850, junto con mi padre, mi madre y mi hermana de seis años".

Capítulo 1 Tan gris como tus ojos

“Todos volvemos, esto es lo que realmente da sentido a la vida, y no debe crear el problema de la diferencia insignificante sobre si recordamos o no nuestra vida anterior en una nueva reencarnación. Lo que cuenta no es el individuo ni su bienestar, sino la aspiración hacia lo perfecto y lo puro que prevalece en cada reencarnación”

Gustav Mahler

1

“Tan Gris Como Tus Ojos”

Inglaterra, 1850.

En la lejanía, en las afueras de la ciudad, se podía observar un carruaje alejándose de la vibrante Londres. Una pequeña familia se dirigía a una nueva vida en una pequeña aldea en el bosque.

El Sr. Y la Sra. Whitfield decidieron dejar todos sus lujos y vivir con humildad, el por qué no era claro, pero estaban gustosos de haber tomado esa decisión, llevando consigo a sus hijas con ellos.

Charles Whitfield, era un importante, ingenioso y muy talentoso comerciante. Tenía el toque de Midas. Su éxito en los negocios no era por el encanto de sus ojos tan claros como el cielo ni por cabellera rubia como el sol, sino por su poder de convencer a los demás. Su postura alta, fornida e imponente no dejaba que nadie se le opusiera. Para su familia siempre era alguien amable y gentil. Su esposa Caroline, no se quedaba nada atrás. Era la mujer más hermosa sobre la tierra. Piel de porcelana, cabellera larga, lisa y oscura como la noche, con ojos grises como la luna. Era un ángel caído del cielo. Era una talentosa pintora y sabía tratar a las personas correctamente. Tanto ella como su esposo, estaban totalmente entregados a sus dos hijas, Sophie y Rose.

Sophie era una niña de 6 años y era una versión pequeña y femenina de su padre. Era como un pequeño querubín. Traviesa, juguetona y curiosa, como cualquier niña de su edad. Por otra parte, su hermana Rose era la viva imagen de su madre. Piel blanca como la nieve, su cabellera era larga, rizada y oscura, con ojos pequeños y grises como estrellas. Risueña, carismática, educada, propia, un poco sarcástica y bromista. Era una joven de 20 años bastante agraciada, tenía pretendientes por doquier y de toda clase, pero ninguno era capaz de ganar su atención, mucho menos su corazón.

Esa familia lo tenía todo ¿Por qué renunciarían a una vida de lujos por una modesta casa en medio de la nada? Esa pregunta cruzaba por la mente de Rose, pero no dio mucha importancia, respetaba las decisiones de sus padres y mientras estuvieran juntos nada les faltaría.

- ¿Ya llegamos? -preguntó Sophie.

- Ya falta poco linda-contestó Charles-. Les gustara la nueva casa. Tiene amplias habitaciones y un jardín que tú y tu madre llenaran de hermosas flores.

- Igual que nuestra antigua casa-dijo Rose.

- Así es, Rose. Pero ya no podíamos quedarnos ahí.

La forma “gentil” de Rose de sacarle información a su padre sin duda lo ponían a prueba, pero la verdad era más complicada que una gran mentira.

El panorama cambió repentinamente. El brillante sol había desaparecido tras una enorme cortina de nubes grises. Los Whitfield no prestaron atención, ¿Por qué lo harían? Después de todo “las nubes grises también forman parte del paisaje”.

- Creo que va a llover-dijo Caroline asomándose hacia afuera.

- No te preocupes-dijo Charles mientras leía su libro-. Llegaremos antes de que llueva.

Todo parecía normal, nada fuera de lo común. Lo que los Whitfield no contemplaban, era que cada decisión que habían tomado los llevaría hacia su peor pesadilla. El destino se había puesto en marcha y esta pequeña familia estaba justo en medio del camino de un cruel instante que se acercaba con rapidez, y no existía nadie que pudiera detenerlo.

Faltando poco para llegar, el carruaje se detuvo bruscamente.

- ¡¿Qué fue eso?!-preguntó Rose asustada.

- No lo sé-respondió Charles-. Tal vez nos atoramos con algo.

- Papá-dijo Rose.

- ¿Qué pasa Rose?

- No oigo a los caballos.

- iré a ver qué pasa.

Charles no quiso preocupar a nadie, así que bajo para asegurarse de que todo estaba bien, pero para su sorpresa, nada estaba bien, los caballos y el chofer no estaban, habían desaparecido, aun así, no se alarmó ni lo invadió el miedo, como cualquier otra persona usó la lógica.

- Charles ¿Qué ocurre?

- Los caballos no están.

- ¿Qué?

- Tampoco Fynn. Los caballos debieron soltarse y Fynn tuvo que ir detrás de ellos.

- O, arrastrado por ellos -dijo Rose

- Gracias Rose, por tu comentario, pero no era necesario. Iré a buscarlos, no deben estar muy lejos.

- Yo voy contigo-dijo Caroline.

- Por supuesto que no. Tú quédate con las niñas, yo iré por los caballos.

Todas miraban a Charles con la frase “tienes que estar bromeando” en el rostro, lo que, a Él, le pareció raro.

- ¿Por qué me miran así?

- Le tienes miedo a los caballos y ¿vas a ir por ellos? -dijo Caroline.

- No les tengo miedo, solo… no son de mi agrado.

- Aun así, iré contigo. Niñas quédense aquí. Sophie, no te separes de tu hermana. Volveremos pronto.

Charles y Caroline se marcharon. Rose y Sophie solo pudieron obedecer las instrucciones de quedarse y esperar, sin saber que sus padres caminaban justo hacia su muerte y que ellas los seguirían.

Había pasado media hora. Rose estaba leyéndole a Sophie, le leía poesía de diferentes autores como de costumbre. Pasó una hora y sin señales de sus padres. Las finas palabras de grandes poetas habían dejado a la pequeña Sophie completamente dormida. Rose aprovecho ese momento para ir en buscar de padres, quitó lentamente la pequeña cabecita de Sophie de sus piernas y salió del carruaje sin hacer ningún ruido. Vio las riendas y cuerdas con las que estaban amarrados los caballos, parecían arrancadas de un solo estirón. Rose siguió y siguió caminando por varios minutos hasta que vio a la distancia un bulto en medio del camino. No podía distinguir lo que era así que, se acercó cada vez más, lo suficiente para ver los caballos que tiraban de su carruaje completamente deshechos. Los pobres animales estaban destripados y bañados en su propia sangre. Rose quedó tan impactada que sus ojos se abrieron de asombro y llevo sus manos hacia su boca evitando dejar salir un grito de pánico. Su respiración se cortó por un momento, quería hablar, pero la boca le temblaba de la impresión. Se preguntaba que bestia haría una cosa tan atroz como la escena que estaba viendo. Quedó conmocionada por un momento, hasta que su hermana Sophie cruzo por su mente y rápidamente corrió de vuelta al carruaje.

- ¡Sophie! Tenemos que irnos de…

Desesperada y sin aliento, Rose abrió la puerta y para su sorpresa, Sophie no se encontraba ahí.

- ¿Sophie? ¿Sophie dónde estás?

Entró en pánico. Buscó dentro del carruaje y hasta debajo de Él. Gritaba hacia todos lados, pero Sophie no contestaba.

- Sophie no es momento de jugar. Sophie, contéstame por favor ¡¿Sophie dónde estás?!

Los llamados de Rose fueron brutalmente cortados siendo jalada por detrás por alguien o algo que no alcanzó a ver.

Todo había pasado tan rápido, Rose yacía en el suelo con una gran herida en su cuello, parte de su hombro izquierdo hasta su pecho donde se encontraba su corazón. Parecía haber sido atacada por un gran monstruo de filosas garras y dientes. Todo se veía borroso para ella, su carne estaba abierta de tal forma que, literalmente, podías ver dentro de ella. Estaba muriendo lenta y dolorosamente, se ahogaba en su propia sangre sin poder entender lo que estaba pasando. Mientras inhalaba su ultimo respiro, lo último que alcanzó a ver, fue una silueta negra acercándose a ella diciendo una y otra vez: “tan gris como tus ojos”, y después, Rose abandono este mundo.

El panorama era tan gris, que el rojo de la sangre derramada lucía tan viva que casi era hermoso. Una vida hermosa, una muerte asquerosa y una resurrección extraordinaria.

Pasaron dos horas desde la muerte de Rose, y como teniendo una fea y espeluznante pesadilla, ella despertó; agitada, sin aliento y asustada.

Miraba hacia todos lados y todo era abstracto. Su hermoso vestido aperlado tapizado en sangre y se espantó más. Se puso de pie muy apenas y no logra entender lo sucedido, ni siquiera recordaba quien era, mucho menos lo que le había pasado. Se revisó el cuerpo buscando la herida que la hizo llenarse de sangre, pero no encontró nada. La gran herida que le causó la muerte había desaparecido, como si nunca hubiese estado ahí. Caminó unos metros, tambaleándose, y se encontró con el carruaje en el que venía con toda su familia, pero aun así no recordaba nada. Inspeccionándolo, se enrareció cuando se percató de que no había nadie y que faltaban los caballos que tiraban de él y aun así no lograba recordarlo.

Completamente confundida, con la cabeza dándole vueltas y doliéndole todo el cuerpo, Rose se percató de algo entre toda su conmoción; un extraño aroma empezaba a apoderarse de ella, a invadirla por completo, no sabía que era, pero le empezaba a gustar, le parecía exquisito. Comienza a dejarse llevar por él y detecta algo familiar, le resulta extraño ya que no lograba recordar nada, pero siguió olfateando y logro distinguir un perfume de rosas, pero no lo reconocía. Olfateó una vez más hasta que de repente, toda su memoria volvió de golpe y recordó que ese perfume era de su madre. Comenzó a agitarse de nuevo, recordó la desaparición de su familia, los animales mutilados y el ataque que sufrió. Intenta conservar la calma y comienza a seguir el perfume de su madre. El aroma la hace adentrarse al bosque cada vez más, casi callándose, recorría el bosque que se volvía más denso con cada paso, estaba desesperada por encontrarlos que no se percató del otro aroma combinado con el perfume, era sangre, pero ella no lo sabía. Paso tras paso, el aroma se hacía cada vez más fuerte. Rose pensaba que encontraría a su familia sana y salva, pero no fue así. Quedó paralizada al ver entre la maleza. Era toda su familia desmembrada, casi irreconocible.

Rose no podía creer lo que estaba viendo, sus ojos no dejaban de mirar la horrible y diabólica escena. Sus padres estaban llenos de heridas en todo el cuerpo; grandes marcas de garras escarbando en sus pieles, su madre estaba casi decapitada, le faltaba un enorme pedazo de carne en donde debía estar su cuello, pero lo que le sucedió a la pequeña Sophie era aún peor; su cuerpecito estaba deshecho, a la pobre le habían sacado sus enormes ojos azules, tenía un hueco en donde debía estar su corazón y con las mismas marcas de garras que sus padres.

Rose quedó boquiabierta, no podía creer como su vida había cambiado en un abrir y cerrar de ojos. No pudo sostenerse por más tiempo y cayó de rodillas al suelo sin perder de vista los cuerpos masacrados, sentía tanta tristeza y dolor en su ser, que un poco de ellos salió por sus ojos. Una gota de color carmesí salió de sus ojos en forma de lágrima, ella se la quitó de la mejilla y se quedó observándola por un momento. Después de unos segundos, la mente de Rose se desvaneció, se puso de pie sin ninguna expresión en su rostro y caminó sin rumbo fijo.

Todo fue de mal en peor en un segundo. Una familia que jamás hizo daño a nadie había tenido un crudo y no merecido final. Una joven quedó lastimada de una forma inimaginable, sin siquiera saber el ¿por qué? pero aún más importante ¿Quién haría una cosa así? Esas preguntas y cualquier otra cosa habían desaparecido de la mente de Rose, simplemente perdió la razón.

Caminó durante horas tambaleándose de un lado a otro. Estaba perdida, física y mentalmente. El dolor era tan fuerte que la estaba destruyendo rápidamente, pero al mismo tiempo estaba siendo salvada.

Rose seguía caminando y a la lejanía escuchó un ruido tan fuerte que unos colmillos y garras salieron de ella en defensa. Rose se espantó mucho; miraba con cuidado las grandes, gruesas y filosas garras que salían de sus dedos, tocó sus feroces colmillos y al juntar todas las piezas del rompecabezas lo comprendió; habían sido atacados por un vampiro y que ese vampiro la infecto. Quedó destrozada una vez más, se había convertido en algo que comenzó a odiar, se convirtió en la misma criatura que la había asesinado junto con toda su familia. Claro que ella y todos los demás veían a los vampiros como un mito, pero ¿Cómo negarse a tal evidencia y que uno mismo es la prueba de su existencia?

Sus sentidos se estaban agudizando, era extremadamente rápida y fuerte, cualidades que aún no descubría, también podía ver y oír a largas distancias. Se quedó asombrada por un momento, pero eso no la hacía olvidar el monstruo en que se había convertido, así que siguió, sin rumbo fijo, hasta donde sus pies le permitieran ir. Escuchó a la lejanía con su poderoso oído las olas del mar. Se dejó guiar por el sonido que la llevó hacia un acantilado, en donde observó el brillante y hermoso sol sobresaliendo de unas cuantas nubes grises a punto de ocultarse. Teniendo en cuenta lo que sabía de los vampiros, no comprendía como el sol no la dañaba. Dio por sentado que eran mentiras todo lo que decían de los vampiros, así que se le ocurrió desaparecer de este mundo de otra manera un poco dramática; saltando del acantilado.

El destino de Rose había quedado marcado para toda la eternidad, pero no estaba en sus planes prolongar el dolor que sentía por más tiempo. Ya no tenía nada más que la aferrara a este mundo. Tenía una nueva vida y estaba dispuesta a renunciar a ella, ya que no era lo que quería.

Rose se paró al borde del acantilado. Miraba como las olas chocaban violentamente contra la tierra. Posó su mirada hacia el horizonte naranja. Intentó acumular los buenos recuerdos de toda su vida, pero eran interrumpidos por las muertes de sus padres y hermana, así que sus lágrimas rojas salieron una vez más. Se limpia el rostro, mira por última los rayos del sol llevándose consigo hermosos colores naranjas y una amarga muerte.

Lista para saltar, Rose cierra sus ojos y da un paso hacia el acantilado…

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