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All about you
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Capítulo

La actitud positiva de Gabrielle hace creer al resto que su vida ha sido sencilla, pero tras la pérdida de sus padres a una corta edad las cosas no han sido fáciles para ella. Un día lluvioso de verano su camino se cruza con el de un chico de mirada alegre y sonrisa amable que logra ver a través de su corazón e intentará sanarlo. "All about you" es una historia sobre pérdidas y reencuentros, obstáculos y victorias que te enseñan a no perder la esperanza frente a las dificultades del día a día.

Capítulo 1 I: Día a día

"Todos pasaban frente a mí con lágrimas en los ojos sintiendo lástima por mi situación.

¿Cómo haría una joven huérfana para sobrevivir?

Yo tampoco lo sabía, sólo podía pensar en que había perdido a mi familia en cuestión de minutos. Una tarde se fueron a cenar mientras yo hacía mi tarea y a los treinta minutos estaba contestando una llamada de la policía diciendo que fuera a reconocer los cuerpos de mi familia.

Mientras divagaba no fui consciente de que un pequeño gato se había hecho un ovillo a mis pies, un felino que dormía plácidamente sin sentir lástima por mis circunstancias.

―Amor”

Escuchar mi propia voz entre sueños me despertó de golpe y me trajo al presente. Una vida en la que me ganaba el sustento como profesora de educación física en el colegio cercano.

Revisé el chat grupal de la escuela y no había rastro de mensajes nuevos. Me esperaba una mañana tranquila.

En cuanto me puse de pie até mi corta cabellera en un moño bajo y me preparé el desayuno. “Amor", mi pequeño gato, se talló en mi pierna para desearme los buenos días.

―Ven aquí glotón, hoy tienes croquetas de desayuno.

El minino sólo ronroneó y comenzó a estirarse antes de caminar hacia sus tazones de agua y comida. Que envidia, ojalá yo también tuviera todo este tiempo para desperezarme por la mañana.

Desayuné mi taza de café y una rebanada de pan tostado con mantequilla antes de meterme a bañar con agua fría. El clima caluroso y yo no éramos buenos amigos.

―Más vale que estés comiendo y no esperes fuera del baño o volveré a pisar tu cola― grité aún bajo el agua de la regadera.

La sombra del pequeño se colaba por la rendija de la puerta y eso interrumpió mis pensamientos mientras dejaba que el agua se llevara los recuerdos de la pesadilla inquietante que terminó por despertarme. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que esa escena me había visitado en sueños, creí que después de las sesiones de terapia finalmente había procesado todo.

―Espérame en casa, regresaré cuando termine las clases.

Colgué mi mochila al hombro y emprendí mi camino en bicicleta hacia la escuela. Lidiar con adolescentes hormonales era mi forma de devolver el favor que un docente me había hecho en el pasado, porque de otra forma no hubiese terminado en un sitio como este. Estacioné la bicicleta y seguí andando hacia los salones.

―¡Buen día profesora! Hoy juguemos algo de baloncesto.

―No lo creo, hoy los pondré a correr por toda la escuela.

―¡Otra vez no!

―Entonces háganlo bien esta vez y la próxima clase tal vez juguemos tenis.

Los niños se fueron corriendo mientras se empujaban unos a otros y reían de aquellos que caían por no aguantar los empujones. Finalmente inhalé el aire fresco y sonreí al verlos divertirse.

―Alguien está de buen humor.

―¡Annie! que bueno que te veo, necesito que me prestes tu planeación semestral.

―¿Para qué te serviría la información de mi clase de historia?

―Por la estructura. Mi planeación está desordenada y debo entregarla la próxima semana a más tardar.

―Gabrielle, no puedes seguir viviendo así de despistada. Sólo lo haré porque eres mi mejor amiga.

―Justo por eso te lo pedí a ti.

Me alejé corriendo mientras le mostraba la lengua, como si fuera una niña saliéndome con la mía.

Los pasillos de la escuela estaban llenos del ruido propio de los estudiantes. Las pláticas sin sentido y animadas producían las más sonoras carcajadas, mientras que los cuchicheos de las niñas resultaban en pequeñas risas discretas para no evidenciar el motivo de sus burlas.

Era maravilloso poder rodearme de personas inocentes que no hacían nada más que gozar de los buenos tiempos y lamentarse por casas de poca importancia para los adultos. La audacia de mis alumnos era algo que siempre me ponía a prueba pero que me gustaba.

―¡Ve con la maestra de deportes para que verifique que estás cumpliendo con las vueltas a la cancha!― dijo una docente a uno de los alumnos.

―¡Mi materia no es un castigo!― grité mientras pasaba rápidamente frente al aula.

Escuché a los alumnos reír y me alejé satisfecha del pasillo para ir a esperar a mi alumno castigado en las canchas de baloncesto. No era justo que el castigo por hacer algo mal fuera hacer ejercicio, un verdadero castigo es tener que soportar 5 horas atado a un pupitre.

―¡Profesora, espere!

Las rápidas pisadas de una de mis alumnas resonaron por el silencioso pasillo, por alguna razón esa chica me necesitaba, así que detuve mis pasos y esperé a que llegara hasta donde me encontraba.

―Sara cayó por la escalera y la enfermera no está en el consultorio― jadeó casi sin voz.

Di la media vuelta y corrí a toda prisa hacia la escalera que me había comentado. No tenía tiempo que perder. Esa chica debía estar sufriendo mientras yo no estaba patrullando por los alrededores, ya me encargaría de levantar un acta contra la enfermera por abandonar su lugar de trabajo.

―Abran paso, necesito ver a mi alumna.

Los estudiantes arremolinados alrededor de Sara comenzaron a retirarse para ceder el paso, las amigas de la pequeña accidentada estaban llorando hincadas a su alrededor como si la pequeña hubiese perdido la vida.

Mi corazón comenzó a acelerarse mientras mis manos se detenían poco antes de llegar a ella.

No podía estar muerta por una caída en unas escaleras bajas. Tal vez perdió el conocimiento por el susto de caer.

―Tropezó con las escaleras y cayó― explicó su amiga, la única que no estaba llorando.

―La llevaré a la enfermería, denme permiso.

Cargué como pude a la chica y subí esos tres escalones con dificultad rezando a cada paso para que la joven recuperara el conocimiento antes de llegar a la enfermería.

―¡Está abriendo los ojos! Responde ¿cuántos dedos ves?― dijo la adolescente mostrando dos dedos.

―Dos ¿qué pasó?

―Estás bien― suspiró otra de ellas enjugándose las lágrimas con el puño de la sudadera del uniforme.

Bajé a mi alumna sobre la cama que estaba en el consultorio para que ella se sintiera un poco más cómoda y tranquila. Tenía que preguntarle sobre la situación pero sus amigas estaban tan felices y alteradas que no paraban de hablar.

―¿Me dejarían hablar con ella? Necesito saber qué sucedió.

Acto seguido las chicas se marcharon un poco cabizbajas mientras dirigían miradas de preocupación hacia su amiga.

―Dime qué fue lo que pasó. Cómo fue que terminaste cayendo de las escaleras.

―No lo recuerdo con exactitud― murmuró avergonzada, ―estaba platicando con mis amigas mientras subía los escalones de la entrada y de repente me mareé. Vi como si todo se difuminara frente a mis ojos y mi cuerpo se paralizó por completo. No sé cómo caí por las escaleras pero sé que me lastimé el tobillo porque lo siento caliente y entumecido.

―Necesito llamar a tus padres para informarles sobre tu condición.

―Ellos no se encuentran aquí, se mudaron con mis abuelos y vivo con mi hermano.

―Necesito un contacto con el que pueda comunicarme y advertirle de tu situación.

―Él está trabajando y se molestará si se entera, necesito que mantenga esto en secreto.

¿Qué debo hacer? Sé que mi responsabilidad es advertir a su tutor, pero también sé lo que se siente valerse por sí misma para no causarle problemas a los demás. La necesidad de sentir que puedes contigo misma y que no necesitas que los adultos se responsabilicen de ti.

Con un suspiro agaché la cabeza y no insistí en obtener el número de teléfono de su hermano, lo dejaría pasar por esta vez.

―¿Has desayunado algo?

―No, salí de casa rápido porque se me hacía tarde.

―Cuando vuelva a pasar algo como esto búscame, no puedes saltarte el desayuno o volverá a suceder. Prométeme que no olvidarás desayunar para que no tenga que contactar a tu hermano.

El dedo meñique de mi alumna se entrelazó con el mio sellando así la promesa. Si volvía a saltarse las comidas estaría en grandes problemas y terminaría en la cama de un hospital y no en la de la enfermería escolar.

―Descansa un poco y dile a la enfermera que te mandé a tomar un descanso en mi clase porque te torciste el tobillo.

―Gracias― susurró con timidez.

Salí finalmente de ahí para conseguir algo de comida para esa chica antes de que fuera demasiado tarde y su organismo se acostumbrara a la falta de alimento. No quiero que ella sufra lo mismo por lo que yo pasé, o que tenga que tomar medicamentos durante varios años antes de poder recuperar su salud.

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