Prosas profanas y otros poemas es una obra crucial en la historia de la literatura. Su publicación propiciará la ruptura definitiva con los cánones del lenguaje poético tradicional, pues constituye la máxima expresión de la nueva estética que tan fervientemente buscaba Rubén Darío. Producto de su admira ción por la musicalidad de la poesía parnasiana y simbolista francesa, Prosas profanas se ofrece como suma o compendio de una experiencia múltiple: la culminación del afán de renovación iniciado en Azul... y punto de partida del proceso de interiorización que desembocará en Cantos de vida y esperanza. Considerada la obra de plenitud del Modernismo, su legado poético abrió al lenguaje las puertas a la modernidad.
Palabras liminares
Después de Azul… después de Los Raros, voces insinuantes, buena y mala intención, entusiasmo sonoro y envidia subterránea, -todo bella cosecha- solicitaron lo que, en conciencia, no he creído fructuoso ni oportuno: un manifiesto. Ni fructuoso ni oportuno: a) Por la absoluta falta de elevación mental de la mayoría pensante de nuestro continente, en la cual impera el universal personaje clasificado por Remy de Gourmont con el nombre de Celui-qui-ne-comprend-pas. Celui-qui-ne-comprend-pas es, entre nosotros, profesor, académico correspondiente de la Real Academia Española, periodista, abogado, poeta, rastaquouer. b) Porque la obra colectiva de los nuevos de América es aún vana, estando muchos de los mejores talentos en el limbo de un completo desconocimiento del mismo Arte a que se consagran. c) Porque proclamando, como proclamo, una estética acrática, la imposición de un modelo o de un código, implicaría una contradicción. Yo no tengo literatura "mía" - como lo ha manifestado una magistral autoridad-, para marcar el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí-; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea. Wagner a Augusta Holmés, su discípula, dijo un día: "lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí". Gran decir.
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Yo he dicho, en la misa rosa de mi juventud, mis antífonas, mis secuencias, mis profanas prosas-. Tiempo y menos fatigas de alma y corazón me han hecho falta, para, como un buen monje artífice, hacer mis mayúsculas dignas de cada página del breviario. (A través de los fuegos divinos de las vidrieras historiadas, me río del viento que sopla afuera, del mal que pasa.) Tocad, campanas de oro, campanas de plata, tocad todos los días llamándome a la fiesta en que brillan los ojos de fuego, y las rosas de las bocas sangran delicias únicas. Mi órgano es un viejo clavicordio pompadour, al son del cual danzaron sus gavotas alegres abuelos; y el perfume de tu pecho es mi perfume, eterno incensario de carne, Varona inmortal, flor de mi costilla. Hombre soy.
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¿Hay en mi sangre alguna gota de sangre de África, o de indio chorotega o nagrandano? Pudiera ser, a despecho de mis manos de marqués; mas he aquí que veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o imposibles: ¡qué queréis! yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer; y a un presidente de República no podré saludarle en el idioma en que te cantaría a tí, ¡oh, Halagabal! de cuya corte -oro, seda, mármol- me acuerdo en sueños… (Si hay poesía en nuestra América ella está en las cosas viejas: en Palenke y Utatlán, en el indio legendario, y en el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo, demócrata Walt Whitman.) Buenos Aires; Cosmópolis. ¡Y mañana!
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El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: "Este, me dice, es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra, genio y manco; éste es Lope de Vega, éste Garcilaso éste Quintana." Yo le pregunto por el noble Gracián, por Teresa la Santa, por el bravo Góngora y el más fuerte de todos, don Francisco de Quevedo y Villegas. Después exclamo: ¡Shakespeare! ¡Dante! ¡Hugo… ! (Y en mi interior: ¡Verlaine… !) Luego, al despedirme-: "Abuelo, preciso es decíroslo: mi esposa es de mi tierra; mi querida, de París."
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¿Y la cuestión métrica? ¿Y el ritmo? Como cada palabra tiene una alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es sólo de la idea, muchas veces.
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La gritería de trescientas ocas no te impedirá, silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior. ¡Oh pueblo de desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas diosas! Cae a tus pies una rosa, otra rosa, otra rosa. ¡Y besos!
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Y la primera ley, creador: crear. Bufe el eunuco. Cuando una musa te dé un hijo, queden las otras ocho en cinta.
Rubén Darío
Prosas profanas
Era un aire suave
Era un aire suave, de pausados giros;
El hada Harmonía ritmaba sus vuelos;
E iban frases vagas y tenues suspiros
Entre los sollozos de los violoncelos.
Sobre la terraza, junto a los ramajes,
Diríase un trémolo de liras eolias
Cuando acariciaban los sedosos trajes,
Sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.
La marquesa Eulalia risas y desvíos
Daba a un tiempo mismo para dos rivales:
El vizconde rubio de los desafíos
Y el abate joven de los madrigales.
Cerca, coronado con hojas de viña,
Reía en su máscara Término barbudo,
Y, como un efebo que fuese una niña,
Mostraba una Diana su mármol desnudo.
Y bajo un boscaje del amor palestra,
Sobre rico zócalo al modo de Jonia,
Con un candelabro prendido en la diestra
Volaba el Mercurio de Juan de Bolonia.
La orquesta perlaba sus mágicas notas;
Un coro de sones alados se oía;
Galantes pavanas fugaces gavotas
Cantaban los dulces violines de Hungría.
Al oir las quejas de sus caballeros
Ríe, ríe, ríe, la divina Eulalia,
Pues son su tesoro las flechas de Eros,
El cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.
¡Ay de quien sus mieles y frases recoja!
¡Ay de quien del canto de su amor se fíe!
Con sus ojos lindos y su boca roja,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
Tiene azules ojos, es maligna y bella;
Cuando mira vierte viva luz extraña:
Se asoma á sus húmedas pupilas de estrella
El alma del rubio cristal de Champaña.
Es noche de fiesta, y el baile de trajes
Ostenta su gloria de triunfos mundanos.
La divina Eulalia, vestida de encajes,
Una flor destroza con sus tersas manos.
El teclado armónico de su risa fina
A la alegre música de un pájaro iguala,
Con los staccati de una bailarina
Y las locas fugas de una colegiala.
¡Amoroso pájaro que trinos exhala
Bajo el ala a veces ocultando el pico;
Que desdenes rudos lanza bajo el ala,
Bajo el ala aleve del leve abanico!
Cuando a media noche sus notas arranque
Y en arpegios áureos gima Filomela,
Y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque
Como blanca góndola imprima su estela,
La marquesa alegre llegará al boscaje,
Boscaje que cubre la amable glorieta
Donde han de estrecharla los brazos de un paje,
Que siendo su paje será su poeta.
Al compás de un canto de artista de Italia
Que en la brisa errante la orquesta deslíe,
Junto a los rivales la divina Eulalia,
La divina Eulalia, ríe, ríe, ríe.
¿Fué acaso en el tiempo del rey Luis de Francia,
Sol con corte de astros, en Zhu de azur,
Cuando los alcázares llenó de fragancia
La regia y pomposa rosa Pompadour?
¿Fué cuando la bella su falda cogía
Con dedos de ninfa, bailando el minué,
Y de los compases el ritmo seguía
Sobre el tacón rojo, lindo y leve el pié?
¿O cuando pastoras de floridos valles
Ornaban con cintas sus albos corderos,
Y oían, divinas Tirsis de Versalles,
Las declaraciones de sus caballeros?
¿Fué en ese buen tiempo de duques pastores,
De amantes princesas y tiernos galanes,
Cuando entre sonrisas y perlas y flores
Iban las casacas de los chambelanes?
¿Fué acaso en el Norte o en el Mediodía?
Yo el tiempo y el día y el país ignoro,
Pero sé que Eulalia rie todavía,
¡Y es cruel y eterna su risa de oro!
1893
Divagación
Vienes? me llega aquí, pues que suspiras,
Un soplo de las mágicas fragancias
Que hicieran los delirios de las liras
En las Grecias, las Romas y las Francias.
¡Suspira así! Revuelen las abejas
Al olor de la olímpica ambrosía,
En los perfumes que en el aire dejas;
Y el dios de piedra se despierte y ría.
Y el dios de piedra se despierte y cante
La gloria de los iirsos florecientes
En el gesto ritual de la bacante
De rojos labios y nevados dientes;
En el gesto ritual que en las hermosas
Ninfalias guía a la divina hoguera,
Hoguera que hace llamear las rosas
En las manchadas pieles de pantera.
Y pues amas reir, ríe, y la brisa
Lleve el son de los líricos cristales
De tu reir, y haga temblar la risa
La barba de los Términos joviales.
Mira hacia el lado del boscaje, mira
Blanquear el muslo de marfil de Diana,
Y después de la Virgen, la Hetaira