Él la salvó, yo perdí a nuestro hijo
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un registro secreto de
cuándo dejaría a Damián Garza, el despiadado
que olvidara nuestra cena de aniversario para
equiv
bre llegó cuando el techo
recha, protegiendo a Adriana con su cuerpo, dejándome a mí para
hospital estéril con una piern
que mi feto de ocho semanas no había sob
ose a mirarme a los ojos-. Pero el Dr. Garza nos ordenó retenerlas. D
ridas? -
dedo -admitió el
para guardar las reservas de sangre para
oliendo al perfume de Adriana, esperando que yo fuera
a y escribí la última entrada
untos. Mató a
ión Tota
té. No
mé a mi equipo de extracción y desaparecí en la
ítu
vista d
s de cirujano manchadas de sangre. Pero en lugar de meterme una bala en la cabeza, cerró la cubierta de cuero, arro
je italiano hecho a medida. El olor a antiséptico y a whisky caro se aferraba a él; el
a"? ¿En serio? Has estado
abrirlo en la pág
habría visto la entra
cumpleaños por sostenerle la ma
Estaba de pie en el centro de nuestro vestidor principal, un espacio más grande que el departamento de
ó a sus ojos. Sus ojos eran como hielo destroz
ue podía silenciar una habitación con solo entrar en ella. Me había casado con él por deber, para sellar un tratado de
oy esta vida. No se abandona a
é. *Omertà*. Silencio. Leal
se agrió al instante. La arrogancia se desvanec
antalla.
dome ya la espalda-. Hubo
recordé, aunque ya sabía que era inútil-. Damián, est
era de hombro-. Alguien lanzó una bomba mol
esó para despedirse
el diario de cuero negro sobre la cama
igió la crisis de ella
e una esposa obediente
irradiaba a través del cristal polarizado de la camioneta blindada. Las sirenas de la policía aull
. No esperó a sus guardaespaldas. Abrió la puer
or amigo, trató de agarrarlo-. ¡Los bombe
n, empujando a Marcos a un lado con
con sabor a aceite quemado y plástico derret
lva al vehículo -m
que decía ser el epítome de la lógica y el
hispas llovían como confeti mortal. Mi estómago se retor
a sombra eme
su costoso traje chamuscado y arruinad
ri
te. Se veía impecable, intacta por las llamas, protegida por completo por su cu
al soplado. Le susurraba, acariciando su cabello, su rostro torcido en
paso a
rellándose contra la acera. Los escombros volaron. Un trozo dentado de
l brazo. El dolor fu
evantó l
ntraron a través del caos. Me vio sosteniendo mi braz
riana gimió
araran una camilla y subió a la parte trasera de la a
o como nieve gris, mientras los soldados se apresuraban a verif
e la ambulancia
as eran un lujo que
e seguridad digital de mi registro
ravés del fuego por la amante, y