Demasiado tarde para su vano arrepentimiento
dr
abía estado suave y contento momentos antes, se endureció en una máscara de disgusto.
rza en mi voz-. Llévame a casa
estra casa. ¿Y qué hay de nuestro hijo? ¿Quién lo cuidará si te escapas con tus
o -declaré, mi voz firme a pesa
o? ¿Ira? No dijo otra palabra, pero su agarre sobre mí se apretó a
ente, cortó la noche. Corría tras nosotros. Pero él ni
-¡Ethan! ¡Cuidado! -Se lanzó a la concurrida calle,
e mis ojos. La sangre brotó de inmediato, caliente y pegajosa, por mi rostro. Antes de que pudiera registrar el dolor, una motocicleta a toda velocidad, desviándose
sus brazos, acariciando su cabello. -Mi amor, ¿estás herida? -murmuró, su voz densa de preocupación. Kendall
dio del caos que él había creado. Me había desech
mi corazón. Mi amor por él, que se había aferrado obstinadamente a
idad me
uinas mi única compañía. Estaba en terapia intensiva. Habían pasado días.
endo dormir. Su rostro estaba pálido, una barba incipiente oscurecía su mandíbula. Parecía can
o con picardía. Ahora, estaban sombreados por algo feo, algo que ya no reconocí
pe. Parpadeó, sus ojos se abrieron de par en par cuando me vio. -¡Audrey! ¡Dios mío, estás despierta! -Se abalanzó haci
susurro áspero-. Tu ridícula exigencia de ir a casa
que un vacío frío. Me estaba culpan
usó! -logré decir, mi voz ro
petó, su voz cargada de veneno-. ¡Estaba aterrorizada! ¡Es delicada! Tú eres la que siempre es tan dramática, tan histérica. Ella no h
entes y furiosas. La injusticia, la pura
aneja sus emociones. Deberías intentarlo. Sé como ella. Digna. -Se levantó, caminando por la pequeña habitación-. ¿
podía respirar. El monitor de mi corazón chi
sonrisa. -¡Kendall, mi amor! ¿Estás bien? -Salió de la habitación, su vo
do. Lo último que vi fueron los rostros aterrorizados del personal médico antes de que la oscurida