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Lo tenía frente a mí, Adán era todo lo que yo había soñado desde que comencé a trabajar en la empresa y lo vi por primera vez.
Él era un hombre demasiado guapo para alguien como yo, no había fémina que no volteara la vista al observarlo pasar. Con ese cabello negro y sus ojos verdes, ese cuerpo perfecto y esa sonrisa era capaz de derretir a cualquier mujer y yo no era la excepción.
No podía creerlo, cómo un día en la empresa se podía convertir en una experiencia tan excitante. Yo solo entré en su oficina para llevarle unos documentos que necesitaba y de pronto todo se volvió irreal.
Él me miró de una forma extraña, una que no supe definir por mi falta de experiencia con el sexo opuesto.
—Yo…Hmm, Karen me envió a entregarte estos documentos, me dijo que los necesitabas para ayer. —Me cubrí la boca con la mano e intenté ocultar la sonrisa enamorada que afloraba en mi rostro cuando lo tenía frente a mí.
Su sola presencia me hacía ponerme muy nerviosa y no lograba hilar dos pensamientos coherentes.
—Acércate, Diana, no te quedes en la puerta —su tono de voz era ronco, sensual, tan adictivo que provocó que mis piernas temblaran de anticipación.
¿Por qué me veía de esa forma? Su mirada era la de un lobo al acecho para cazar al regordete y torpe conejo. Y yo estaba tan nerviosa por encontrarme en aquellas cuatro paredes con él, que mi instinto de supervivencia me decía que me diera la vuelta y corriera de vuelta a mi escritorio.
No obedecí a esa voz interna que me gritaba que huyera, hice todo lo contrario.
Me acerqué con lentitud y sin tener la fuerza para mirarlo a los ojos. Cuando llegué al escritorio coloqué los documentos sobre el mueble y me atreví a alzar la mirada. Lo que vi me dejó más temblorosa y debía reconocer que muy excitada.
—S-señor…
—Adán, no me digas señor que siento que me hace parecer mayor. —Él se levantó del asiento y antes de que yo pudiera retroceder se acercó a mí.
Dios, ¿qué estaba ocurriendo? Invadió mi espacio personal y lo sentí muy cerca de mi espalda. Se había colocado detrás de mí y me tenía cercada con ambas manos colocadas sobre el escritorio.
—Adán —susurré—. ¿Qué haces?
Que hiciera lo que él quisiera, me dijo esa pervertida interna que llevaba dentro. Si él quería y me rozaba un poco más, estaba dispuesta a entregarle mi virginidad y mi vida si así lo deseaba.
—Me encanta cómo hueles —dijo, y se acercó a mi cuello para comenzar a olfatear mi perfume—. Siempre me has gustado, ¿lo sabes?
—¡¿Yo?! —grité con una voz aflautada por la sorpresa y los nervios.
—Sí, tú, ya no puedo soportar más estas ganas de tenerte. Cada vez que te veo paseando por la empresa como si no fueras consciente de lo duro que me pones… —Adán me sostuvo las caderas y apretó su erección contra mi trasero—. ¿Lo sientes? Diana, hoy no pienso dejar que te escapes, voy a follarte tan duro que todos escucharán tus gritos de placer.
Agradecí que ese día había tenido la maravillosa idea de ponerme una falda. Él era un sueño hecho realidad, el hombre perfecto, no podía creer que aquello me estuviera sucediéndome a mí. Puede que hubiera preferido una invitación a cenar, una noche de seducción y después una cama mullida en la que perder mi virginidad, pero si tenía que suceder sobre un escritorio que así fuera. Tenía veintiocho años y no era posible que me siguiera manteniendo virgen. De ese día no pasaba, la Diana tímida la iba a guardar en algún lugar recóndito de mi mente, e iba a mostrar a la mujer que ardía en deseos porque ese tremendo hombre la hiciera suya.
Me di la vuelta entre sus brazos y él me lo permitió. Quería verlo, observar y deleitarme con ese rostro tan masculino y ese cuerpo musculoso. No podía perder detalle, si aquello solo iba a suceder, yo iba a guardar en mi retina cada instante.
Cuando estuvimos cara a cara sentí mi visión borrosa y por un momento el rostro de ese hombre espectacular cambió y comenzó a parecerse mucho al de mi mejor amigo, Bruno.
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