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La ciudad despertaba en silencio, como si estuviera esperando a que el sol levantara su manto de niebla para revelar lo que estaba por suceder. En el corazón del distrito financiero, en una torre de cristal y acero, Margarita Ferrer observaba el amanecer desde su oficina. La vista era impresionante, pero no se dejaba distraer por la belleza. Para ella, el mundo era solo un tablero de ajedrez, y en este tablero, ella siempre era la reina.
La mesa frente a ella estaba llena de informes, documentos y una taza de café ya frío. Margarita se inclinó hacia adelante, tomando un contrato clave que había estado esperando durante semanas. Sus dedos, elegantes y firmes, pasaron las páginas con rapidez. Cada letra, cada cifra, era parte de la maquinaria que había construido a lo largo de años. Un imperio que ahora dominaba el mercado tecnológico mundial.
La puerta de su oficina se abrió sin previo aviso. Andrés Ortega, su esposo, entró sin tocar. Su aspecto impecable, como siempre: un hombre alto, de rostro afilado y expresión indiferente. Margarita no levantó la mirada, sabía lo que vendría.
- ¿Qué pasa, Andrés? - preguntó, su tono cortante como un filo de cuchillo.
Él se acercó a la ventana, observando la ciudad con una sonrisa que Margarita conocía demasiado bien. Era la sonrisa de un hombre acostumbrado a recibir todo lo que quería sin esfuerzo.
- He estado pensando en el próximo evento de caridad - comenzó él, con su voz suave, casi como si intentara calmar el aire entre ellos -. Tal vez deberías estar ahí. La gente espera verte, sabes. Te has estado ausentando últimamente.
Margarita dejó el contrato sobre la mesa, finalmente levantando la mirada hacia él. Su mirada era fría, calculadora.
- Sabes que no me interesa. El poder no se consigue en eventos de caridad, Andrés. - La respuesta fue directa, casi despectiva.
Andrés se encogió de hombros, una respuesta que ella conocía de memoria. Estaba acostumbrado a que ella fuera directa, y eso, en cierto modo, lo irritaba. Pero lo que más le molestaba era la forma en que Margarita lo trataba como una pieza en su juego. Un peón que, aunque útil, nunca llegaba a ser importante.
- Bueno, en ese caso, no te detendré. - Andrés dio unos pasos hacia la puerta, pero antes de irse, se giró brevemente. - A veces me pregunto si realmente me ves, Margarita. O si solo me utilizas para mantener el equilibrio de tu mundo.
Margarita no respondió de inmediato. La pregunta quedó flotando en el aire como una sombra, pero ella sabía que las emociones no tenían cabida en su vida. Lo que Andrés no entendía era que ella nunca había necesitado verlo. Él era solo una herramienta más en su proceso hacia la cima.
- Lo que necesites, Andrés - respondió con una sonrisa fría -. Solo no olvides cuál es tu lugar.
Andrés no dijo nada más. Se giró y salió, dejando atrás una atmósfera densa de indiferencia y frialdad.
Margarita se quedó unos momentos en silencio, mirando los papeles frente a ella. No sentía el vacío que otros podrían experimentar en un momento como ese. Al contrario, su corazón palpitaba con fuerza, una energía inquebrantable que le permitía seguir adelante, siempre hacia su objetivo. La imagen de Andrés, tan perfecto y apuesto en su fachada, no lograba conmoverla.
De repente, el sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Era Clara, la modelo con la que Andrés había comenzado a tener una relación secreta, aunque Margarita había sospechado de ello desde el principio.
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