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Dentro del Blossom Club, un joven miraba con admiración a la mujer sentada en la cabecera de la mesa. Le masajeaba los hombros con delicadeza, sin atreverse a ir más allá.
"Señorita Tucker, ¿se siente cómoda?", preguntó él.
Miley Tucker, recostada en el pecho del joven, respondió con desgano: "Sí".
Al observar la escena, Gavin Rowe enarcó una ceja y comentó: "Harold regresó y tú sigues aquí de fiesta".
Miley ignoró el comentario y echó un vistazo a su teléfono.
La pantalla mostraba a su esposo, Harold Wheeler, en una actitud muy íntima con otra mujer. Su expresión era tan suave que sugería un flirteo secreto en la penumbra.
Un reportero hábil había capturado la escena de una manera insinuante, pero sin llegar a ser vulgar.
Harold había regresado, pero no se lo había dicho.
En su lugar, prefería que ella se enterara por un escándalo mediático como ese.
Apartó el teléfono, levantó la vista y aceptó con elegancia las uvas que su joven acompañante le ofrecía.
Con un tono casual, dijo: "Después de todo, tenemos un matrimonio abierto".
En Rolrith, todos sabían que ella y Harold no se exigían fidelidad. Para el público, eran la pareja ideal, pero en realidad, rara vez se entrometían en los asuntos personales del otro, salvo cuando era necesario.
¿Por qué habría de importarle a Harold que ella se divirtiera en un club?
Gavin guardó silencio, pero Miley estaba decidida a aprovechar su noche al máximo.
Pidió una ronda de tragos fuertes y se los bebió uno tras otro.
En poco tiempo, se sintió algo mareada y fue al baño.
Al salir, el atractivo joven le ofreció la mano y preguntó: "Señorita Tucker, ¿puedo acompañarla a su habitación?".
La mirada del joven le recordó vagamente a alguien de su pasado.
Desconcertada por un momento, Miley le acarició la mejilla y sonrió. "Claro. Si me haces feliz, tendrás tu recompensa".
Justo cuando estaba a punto de irse con él, una figura alta les bloqueó el paso.
El joven se quedó atónito. "Señor…".
Miley alzó la vista, nublada por el alcohol. Antes de que pudiera distinguir el rostro del hombre, este la sujetó por la muñeca y la atrajo hacia él.
Una voz grave y profunda, muy familiar, resonó en su oído:
"Dile a tu gerente que me la llevo". El hombre le dedicó una última mirada al joven y se llevó a Miley a rastras.
La presión de sus dedos en la muñeca de Miley era tan firme que le dejó la piel ligeramente enrojecida. Ella caminó a trompicones detrás de él y, momentos después, fue arrojada en el asiento del copiloto.
La brusquedad del movimiento la despejó un poco.
Cuando recuperó la compostura, se dio cuenta de que el hombre se deslizaba en el asiento del conductor. La luz interior del auto iluminó su rostro de rasgos afilados.
Harold vestía igual que en la foto, con los primeros botones de la camisa desabrochados, revelando una parte de su pecho. Sus gafas enmarcaban unos ojos intensos, dándole un aire de seductora frialdad, pero con un encanto sofisticado.
Parecía amable y refinado, como un lobo con piel de cordero.
Miley se mordió el labio.
Al segundo siguiente, Harold la levantó sin esfuerzo y la sentó sobre su regazo.
El vestido ceñido de Miley delineaba su figura, y sus caderas quedaron presionadas contra los muslos de él.
Ella intentó levantarse, pero los fríos dedos de Harold se aferraron con fuerza a su cintura, manteniéndola inmóvil.
"Vaya que sabes cómo divertirte".
El corazón de Miley dio un vuelco.
Al levantar la vista, vio a su esposo observándola con una expresión indescifrable. Él se inclinó más hacia ella y susurró: "¿Hasta el punto de acostarte con un gigoló?".
Miley recuperó la calma. "Tengo mis necesidades. Si mi esposo no puede satisfacerme, ¿por qué no habría de buscar en otra parte?".
"¿Estás diciendo que no te satisfago?".
Harold se remangó lentamente y se quitó el saco.
Sus ojos ardían de deseo.
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