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Tuk Tuk Manual Operativo

El ascenso de la Luna fea

El ascenso de la Luna fea

Syra Tucker
Lyric había pasado su vida siendo odiada. Era acosada por su rostro lleno de cicatrices y despreciada por todos, incluyendo a su propio compañero. Todos le decían que era fea. Su compañero solo la mantenía cerca para ganar territorio, y en el momento en que consiguió lo que quería, la rechazó, dejándola rota y sola. Entonces, conoció al primer hombre que la llamó hermosa. El primero que le mostró lo que se siente ser amada. Fue solo una noche, pero lo cambió todo. Para Lyric, él era un santo, un salvador. Para él, ella era la única mujer que había logrado serlo sentir pleno en la intimidad, un problema que había estado enfrentando durante años. Lyric pensó que su destino finalmente sería diferente, pero como todos los demás en su vida, él mintió. Y cuando descubrió quién era realmente, se dio cuenta de que no solo era peligroso; era el tipo de hombre del que no se escapa. Lyric quería huir. Quería libertad. Pero deseaba encontrar su camino y recuperar su respeto. Eventualmente, se vio obligada a entrar en un mundo sombrío y peligroso del que preferiría mantenerse alejada.
Hombre Lobo ModernoAmor a primera vistaMatrimonio por contratoAlfaArrogante/Dominante
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Marina ajustó la correa de su bolso y respiró hondo frente a las puertas de vidrio del edificio Ruiz & Partners. No era la primera entrevista de su vida, pero sí la más intimidante. Frente a ella se alzaban treinta pisos de acero, concreto y vidrio ahumado, como una declaración de poder. El hall de entrada parecía una galería de arte minimalista: mármol blanco, recepcionistas impecables, y el silencio elegante de quienes no necesitaban demostrar nada.

-Buenos días. Tengo una entrevista programada a las diez -dijo, con voz firme, a la mujer tras el mostrador.

-Nombre completo, por favor.

-Marina Ortega.

La recepcionista tecleó con rapidez y luego asintió.

-Sala de juntas, piso 28. Le están esperando.

Marina agradeció con una leve inclinación y se dirigió hacia los ascensores. En el reflejo de las puertas metálicas comprobó su aspecto por última vez: blusa celeste, falda lápiz, cabello recogido, maquillaje sobrio. Suficientemente formal, pero no servil. Exactamente como ella.

La sala de juntas era un rectángulo de paredes grises, ventanas amplias y una mesa de cristal tan larga como un campo de batalla. Del otro lado, sentados como jueces, tres entrevistadores esperaban en fila. Dos hombres de traje oscuro, con tabletas frente a ellos, y una mujer rubia con gafas que miró a Marina como si estuviera evaluando una amenaza latente.

Pero fue el cuarto hombre, al fondo, quien realmente llamó su atención. No estaba sentado, sino de pie junto a la ventana, de espaldas, observando la ciudad como si él mismo la hubiera diseñado. Alto, postura rígida, manos en los bolsillos. Su traje gris oscuro era impecable, igual que su corte de cabello, pero había una frialdad en su silueta que se sentía incluso desde el otro lado de la sala.

Cuando se giró, Marina lo reconoció de inmediato: Mateo Ruiz. El CEO. El hombre de las portadas. El que había llevado a la empresa a ser una de las consultoras más agresivas y exitosas del país. También el que, según rumores, había despedido a un empleado por estornudar durante una junta.

-Señorita Ortega -dijo uno de los entrevistadores, sin presentarse-. ¿Por qué cree usted que es apta para este puesto?

Marina sonrió con cortesía y se sentó sin esperar permiso.

-Supongo que porque soy lo contrario de lo que esperan.

El comentario levantó algunas cejas. La mujer rubia cruzó los brazos. Mateo Ruiz, en cambio, no mostró ninguna reacción. Se sentó en la cabecera de la mesa, sin apartar la vista de ella.

-Explíquese -ordenó, con voz baja pero firme.

-Me he tomado la molestia de investigar el perfil de sus asistentes anteriores. Todas con currículums perfectos, experiencia en protocolo, cero incidentes. Todas duraron menos de seis meses.

El segundo entrevistador intentó interrumpirla, pero ella levantó una ceja y continuó:

-Yo no vengo a sonreír por obligación ni a fingir que usted es un dios intocable, señor Ruiz. Vengo a hacer mi trabajo, y hacerlo bien. Soy eficiente, organizada, y no tengo miedo de decir lo que pienso. Tal vez eso sea lo que necesita, o tal vez lo que teme. En cualquier caso, no vine aquí a mendigar una oportunidad.

Silencio. Denso. Cortante.

Mateo entrelazó las manos frente a sí y la miró durante largos segundos. Tenía ojos grises, fríos, como metal.

-¿Y si le digo que no tolero insolencias? -preguntó, sin elevar la voz.

-Entonces ya puedo irme -respondió Marina, sin moverse-. Pero si busca a alguien que le rinda pleitesía, ¿para qué hizo publicar la vacante? Habría bastado con contratar una estatua.

Una pequeña tos escapó de uno de los entrevistadores. ¿Una risa contenida? Imposible saberlo. La rubia apretó los labios.

Mateo no se inmutó. Solo volvió a mirar su hoja de vida, la hojeó sin interés y finalmente dijo:

-Todos fuera.

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