"¿Por qué me estás haciendo esto?", grité, sujetándolo por el cuello. Con indiferencia, aquellos ojos que alguna vez me miraron con amor, ahora me devolvían una fría mirada. Eran como unos pozos sin fondo. Esto no podía ser real. ¿Acaso estaba en medio de una pesadilla? ¿Podría despertarme de ese doloroso sueño?
"Lo siento, Rosalie, pero no puedo tomarte como mi pareja. Sabes que no tuve elección en este asunto. Tengo que obedecer al Consejo".
"¡Pero yo soy tu pareja! ¿Cómo es que ellos tienen el derecho a decidir quién puede ser tu cónyuge? ¡Sabes bien que somos el uno para el otro! ¡Tu propio lobo lo sabe!", argumenté, limpiándome las lágrimas. Según las estrictas reglas de la manada, un Alfa solo podía emparejarse con un Alfa, o con un Beta de alto rango si surgía la necesidad. En mi caso, yo era una Omega, y aunque mi padre había sido ascendido a Beta, él todavía era un Omega de nacimiento, y yo también.
Aun así, a pesar de que mis esfuerzos eran inútiles, seguía aferrada a la esperanza de que se hiciera una excepción.
Sin embargo, los hermosos recuerdos y el sueño de una vida feliz junto a mi pareja desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. La escena parecía sacada de una película.
Mi compañero me estaba abandonando. Chris me miraba fijamente sin mostrar emoción alguna.
De pronto, la expresión de su hermoso rostro se suavizó un poco mientras intentaba meterse en mi cabeza.
"¡Deja de tratar de leer mis pensamientos!", espeté.
"No lo estoy haciendo, Riri. Solo estoy tratando de consolarte", susurró acercándose a mí, al tiempo que yo daba un paso atrás para mantener la distancia. No quería que me tocara porque no podría soportarlo.
"Por favor, no me pongas un dedo encima. Te ruego que no hagas esto más difícil". Yo ya estaba lo suficientemente furiosa, herida y destrozada como para aguantar más. "Y por favor, no vuelvas a llamarme Riri nunca más", gruñí.