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Capítulo

El destino golpeó la puerta de Jaylene, con la intención que le diera una segunda oportunidad al amor, que le juraría que esta vez no le romperían el corazón. Y sí, el destino cumplió con su cometido, haciéndola enamorar de esos pequeños ojos brillantes y, esa pequeña manito que de alguna manera le pedía que no la soltara. Las cosas para ambos eran difíciles, ella trabajaba todo el día, para ocultar la angustia y la vergüenza que sentía cuando su novio la abandonó en el altar para casarse con otra en la ciudad del amor, desde entonces decidió cerrar las puertas de su corazón hasta ahora. Emiliano no sabía que había traído a un bebé al mundo, quizás su ex; Rosie, no quería que él supiese que iba a ser papá, tal vez creyó que  no se haría cargo. Un mes había transcurrido desde el nacimiento de su hijo, él no lo sabía y por la misma razón no imaginó que debía presentarse al hospital. Tampoco imaginó que esa noticia llegaría a sus oídos y transformaría su vida, sobre todo cuando se enteró que de él dependía el destino de su pequeño hijo. Y, tampoco sabía que del bebé dependía el suyo. Mucho menos imaginaría que, todo era parte de un plan perfecto de amor, pero no uno cualquiera; de un amor inseparable.

Capítulo 1 Nina

Hoy me toca hacer guardia, tal vez es una de las cosas que no me gusta tanto, porque no sabes que tan sobrecargada estarás. Por suerte se encuentra todo muy tranquilo, hasta que por la puerta entra una chica embarazada casi inconsciente, en brazos de un hombre mayor. Creo que hablé demasiado rápido, ya no está todo tan tranquilo.

Inmediatamente, me acerco a ellos con una camilla que estaba en el pasillo y junto con otros dos enfermeros que se acercaron a ayudar, colocamos a la chica rápidamente en ella. Lo primero que hice fue tomarle el pulso, casi no tenía, tuvimos que intubarla enseguida, mientras que Susan, la médica, se encargaba de ello, me manda de nuevo a la sala de espera para poder hablar con los familiares de la joven y de paso llenar la planilla.

—Buenos días —saludo, y rápidamente el hombre, quien está acompañado con una mujer delgada de pelo ondulado, se levantan rápidamente al verme.

—Buenos días ¿Cómo está mi hija? —pregunta la señora aparentemente angustiada.

—Su hija está demasiado delicada, en estos momentos debimos intubarla —contesto, y rápidamente la mujer se sostiene del hombre del que creo que es su esposo. —¿Ambos son sus padres? —pregunto para confirmar mi suposición.

—Sí, somos sus padres —responde el hombre, sentando a su esposa en una de las sillas.

—Bien, ahora necesito que me digan de cuántos meses está su hija y cuál es su nombre —digo mientras anoto los datos que me proporcionaron anteriormente.

—Rosie Torrez, está de siete meses y medio —informa su madre, y antes de que pueda responder agrega; — Hagan lo que deban hacer para salvarla a mi hija. Ese niño no nos interesa.

Tardo unos segundos en asimilar lo que la señora acaba de decir y no puedo entender que piense de esa manera «Hagan lo que tengan que hacer, para salvarla a mi hija. Ese niño no nos interesa». Habla muy mal de ellos, es decir; es su nieto ¿Cómo habla de esa manera? No lo comprendo. Pero como estoy capacitada para tratar con situaciones como estas, intento actuar con “normalidad”, como si lo que acabo de escuchar, no hubiese pasado.

—Les informaré cualquier novedad —respondo rápidamente para pasarle los datos a Susan.

Las horas pasan y sigo sin saber que sucede con Rosie. ¿Estará todo bien?

Sigo dando vueltas con el café hasta que veo a Cintia entrar a la cafetería.

—¿Nada? —pregunta Cintia mientras se sirve un poco té en la taza que tiene en la mano.

Han pasado casi 10 horas, ha tenido un paro cardíaco y los médicos ya dijeron que no pueden hacer más nada, ahora depende de Rosie, si quiere vivir o morir.

Sus padres se pusieron histéricos, la señora casi se desmaya, cuando Susan le dijo que iban a practicarle una cesárea para intentar salvar al pequeño. No lo quieren, pero si podemos salvarlo lo haremos, es nuestro trabajo.

—Nada —respondo generando un remolino dentro de la taza de café, ya que no he dejado de revolver desde que me senté aquí.

—Tienes que estar tranquila —dice sentándose enfrente mío, dejando la taza sobre la mesa.

—Dentro de unas horas le realizarán una cesárea —apenas murmuro dejando la cuchara en el plato que estaba debajo de la taza, mientras Cintia abre los ojos en grande, casi dejando caer la taza al suelo.

—¿La harán igual? —pregunta y yo asiento observándola un segundo. —¿Qué han dicho sus padres? —inquiere y derramo una lágrima antes de responder.

—Nos han amenazado con demandarnos si llegamos a hacer eso, no quieren a ese pequeño, no puedo entender por qué —respondo tapándome la cara para que no me vea llorar.

—Ellos deben entender que no pueden hacer nada más por su hija y que el bebé no tiene la culpa—responde Cintia levantándose de la silla para luego abrazarme.

—Se lo he explicado, pero no lo entienden, creen que no queremos hacer nada por ella —contesto mientras intento tranquilizarme, ya que me está costando respirar.

Tengo un ataque nervioso.

—Nina, respira —dice Cintia mientras que se dirige a uno de los dispensadores para servir un poco de agua en un vaso descartable.

—E-estoy bien —intento decirle y ella niega rápidamente con la cabeza antes de alcanzarme el vaso con agua.

—Eres terca, —rueda los ojos antes que Eliot aparezca por la puerta.

—Nina, Susan te…—queda con la frase en aire después de ver como estoy —¿Qué ocurre? —inquiere preocupado, y antes de que Cintia hable, yo lo hago.

—Nada, no ocurre, estoy perfecta —me levanto de la silla, dejando el café a medio tomar y a Cintia cruzada de brazos.

—Nina, tú no estás bien…—alcanza a decir, antes de que sea interrumpida por mí.

—Estoy perfecta —les hago creer, mientras Eliot mira como si no entendiese de que hablamos —¿Dónde está Susan? —pregunto y mi amiga bufa, aun cruzada de brazos.

Lo siento Cintia, pero esta vez no puedo quedarme sentada, esta vez no.

—En la habitación 232 —responde Eliot y ahí caí en cuenta, que esa habitación es de Rosie. ¿Habrá pasado algo?

Mientras nos dirigimos al ascensor, ya que la confitería especialmente para nosotros, se encontraba dos pisos más abajo, veo como varios médicos suben rápidamente por las escaleras. No le di demasiada importancia, es decir, en el piso ocho, se encuentra internación y es “normal” que hallan tantos médicos dirigiéndose a esa planta.

Después de esperar unos diez minutos, ya que se encontraba un poco lleno el ascensor. Llegamos al piso ocho, y vi lo que no quería ver, Rosie nos había dejado.

—¡Es tu culpa! —grita su madre mientras se separa de su marido y se dirige peligrosamente hacía a mí, pero antes de que pueda cumplir su objetivo, es detenida por Eliot. —Tú convenciste a los médicos para hacer esa cesárea y así deshacerte de mi hija. —agrega llorando mientras Susan llama a seguridad, para que logren tranquilizarla, si no, deberá retirarse del hospital.

—Yo no convencí a nadie —respondo mientras ella intenta zafarse de los brazos de Eliot. — Lo siento mucho por su hija, pero ya no pudimos hacer nada por ella. —agrego mientras ella niega rápidamente logrando soltarse para luego acercarse de nuevo a mí.

—Tú no serás feliz, y yo me encargaré de ello, mi hija tenía una vida por delante y tú se la arrebataste —responde fríamente e interviene Susan, antes de que pueda hacerme algo.

—Señora no le permito que la amenace de esa manera, ella es una enfermera y tanto ella como todo el cuerpo médico intentamos hacer todo lo que estaba a nuestro alcance para salvarlos ambos, pero ella no resistió a la cesárea —Dice Susan.

—Se las verán con mi abogado y con ese mocoso pueden hacer lo que quieran, no es parte de la familia. —avisa fríamente mientras su marido está a su lado mirando al suelo.

Después de ese momento poco agradable, Susan me llama para que conozca al pequeño y es un acontecimiento muy emocionante. Aunque no, no es la primera vez que conozco a un bebé antes que sus padres, es solo que su historia es diferente, su mamá acaba de fallecer y su padre… vaya a saber uno donde está.

No me dejaron entrar, porque no soy familiar directo, pero de donde estaba podía verlo bien.

Me da un poco de pena, que tan chiquito tenga que estar con unos cables en su cuerpo, pero al ser prematuro debe pasar por esto hasta que pese unos dos mil quinientos gramos, y por el momento solo pesa mil, es decir, pasará por ese proceso por unas semanas más.

Sus manitos son tan pequeñas y su llanto llega hasta mis oídos y me aterra en darme cuenta de que no podrá ser calmado por su mamá.

Me aferro con fuerza a ese sentimiento y de forma inconsciente, comienzo a soltar una que otra lágrima, no sé qué pasara con este angelito, pero lo que, sí sé y estoy segura es de que yo estaré a su lado para acompañarlo y velar por su bien.

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