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Cien Metros Cuadrados

Cien Metros Cuadrados

Trisha Sanz

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16
Capítulo

Hannah Montero siempre ha sido una chica que ha vivido en el anonimato, por lo que decide aceptar un trabajo por encargo como escritora fantasma. Sin embargo, el amor sabe de su existencia, y no tarda en tenderle una trampa que hará que el hombre del que está enamorada, acabe rompiéndole el corazón. Destrozada, decide mudarse a un dúplex de la ciudad para empezar de cero y ponerse de lleno en su trabajo, hasta que el destino decide gastarle una cruel broma, y Andrés Aguilar regresa de nuevo a au vida, haciendo que todos aquellos planes que la joven escritora estaba decidida a cumplir, se vayan al traste, pues el joven fotógrafo tiene los mismos planes, y acaba mudándose a una de sus propiedades, el mismo lugar donde se ha instalado Hannah: ambos deberán resolver sus diferencias tras su separación y resolver un pequeño misterio que parece haber perseguido a uno de los dos hasta aquél nuevo destino.

Capítulo 1 Flashback

<<—Entonces, ¿te dedicas a escribir sobre la vida de los demás? —Me preguntó, mientras cogía el sobrecito de azúcar y lo balanceaba con cuidado antes de rasgar la parte superior, clavando sus increíbles ojos negros en los míos.

—Bueno, lo cierto es que hago algo más que escribir. —Contesté con dificultad, notando cómo mis mejillas se ruborizaban, mientras bajaba la mirada hacia la mesa, incapaz de sostener la mirada—. Intento humanizar a la persona en cuestión a través de mis palabras.... —Volví a alzar la mirada para comprobar si había entendido qué era lo que había querido decir con ello, cuando vi que la confusión se reflejaba en su rostro, haciendo que arrugara la frente.

—¿Humanizar? —Repitió, parpadeando con rapidez, intentando comprender mi razonamiento—. Entonces, ¿crees que soy una de ésas personas insensibles que no tienen corazón? —Noté cómo una creciente acidez nacía en la boca de mi estómago al ver la decepción y enfado reflejados en las pupilas de aquél chico que se encontraba sentado enfrente de mí, y, supe que, de no escoger bien las palabras para poder explicarle qué era lo que realmente quería decir con aquello, la conversación podría terminar en una fatídica discusión en la que, sin duda, perdería el empleo.

—Creo que si has decidido contratarme para que escriba acerca de tu vida, es porque quieres decir algo al resto de la humanidad. —Contesté finalmente, tras titubear unos segundos—. Eres un empresario rico y triunfador, aunque por alguna razón, una parte de ti necesita ése reconocimiento a nivel mundial. —La camarera dejó el plato con el cruasán que le había pedido sobre la mesa, entre medio de ambos, ofreciéndonos una tímida sonrisa de disculpa por la interrupción—. Lo que no sé —proseguí en cuanto volvimos a estar a solas, mientras alargaba el brazo por encima de mi taza para coger el tierno bollo—, es porqué un hombre tan hecho y derecho cómo tú, necesita algo tan... Infantil. —Corté uno de los cuernos con los dedos, y me lo llevé a la boca, sintiendo cómo la fina masa parecía adherirse a mi paladar—. Almenos, la primera impresión que me has dado, es que parecías ser un tipo maduro. —Cogí con cuidado la taza de café, y di un breve sorbo, apretando ligeramente los labios al quemarme la lengua.

—Es curioso —comentó entonces mi acompañante, esbozando una tímida sonrisa—, porque yo sigo manteniéndome firme hacia mi primera impresión hacia ti. —Sin saber muy bien porqué, aquellas palabras lograron hacer que un cosquilleo naciera en mi bajo vientre, y la curiosidad por saber qué era lo primero que le había pasado por la cabeza nada más verme, hizo que me atreviera a arriesgarme por saberlo.

—¿Y qué impresión te he causado? —Volví a dar un buen mordisco al cruasán, para luego ayudar a tragarlo con un poco de café.

—Que estaría bien que posaras para mí con ropa prácticamente inexistente. —Contestó, con un extraño brillo en los ojos, mientras sus labios dibujaban una traviesa sonrisa, haciendo que yo me atragantara con el café—. Sobra decir que ésas fotografías serían exclusivamente para mi colección privada. —Me acabé de limpiar la boca con la servilleta, y cogí aire para soltarlo lentamente, sin apartar la mirada de la suya, todavía perpleja—. Créeme que ambos lo pasaríamos muy bien. —Me aseguró, guiñándome un ojo, ayudando así a que mis mejillas acabaran de ruborizarse por completo.>>

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