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El sol comenzaba a ocultarse detrás de los altos edificios de la ciudad, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. A través de las ventanas de su oficina en el piso 28, un joven de poco más de 25 años observaba la ciudad con la mirada fija, como si estuviera esperando algo, o tal vez huyendo de algo. Su nombre era Alex Solano, pero nadie sabía de su existencia, al menos no en los círculos que realmente importaban.
Era un joven común en apariencia. Alto, con el cabello oscuro y desordenado, una chaqueta bien ajustada y una camisa que no se notaba si era de marca o no. Aunque su vestimenta parecía impecable, no era nada fuera de lo ordinario en una ciudad como esta. Sin embargo, los detalles más importantes de su vida estaban lejos de ser ordinarios.
Alex era el pupilo de uno de los hombres más poderosos del país: Don Ernesto Ruiz, un magnate de los negocios que había construido su imperio desde la nada. Su fortuna no solo se basaba en la industria, sino en una red de contactos políticos y financieros que pocos podían siquiera imaginar. El viejo Ruiz, a pesar de su edad avanzada, mantenía una mente brillante, y había encontrado en Alex algo más que un simple asistente. Lo había visto crecer, lo había formado y había aprendido a confiar en él como si fuera su propio hijo.
La relación entre ellos era más compleja de lo que cualquiera podría haber imaginado. Alex no era solo un empleado, ni siquiera un simple protegido. Era su sucesor, aunque nadie sabía de esto. Alex había sido elegido por Don Ernesto para ocupar su lugar cuando él ya no estuviera, pero no como un simple heredero. No, el joven debía demostrar que podía manejar el peso del imperio, que estaba listo para las decisiones difíciles, que era capaz de continuar lo que el viejo había empezado. Pero para ello, debía seguir siendo el pupilo, un enigma para todos los que lo rodeaban.
El único conocimiento que los demás tenían sobre él era que era el protegido de Don Ernesto. Los empleados, los socios comerciales, incluso la familia de Ruiz, no sabían nada de la relación más profunda que existía entre ellos. Alex no había sido invitado a las cenas familiares, ni a las reuniones sociales. Era un desconocido en todos los aspectos, un rostro nuevo en el círculo cercano al millonario, pero con una extraña influencia que muchos no podían entender.
Se sentó frente a su escritorio, mirando el reloj en la pared. Sabía que Don Ernesto había programado una reunión importante esa tarde, y su presencia era esencial. El millonario había confiado en él con tareas delicadas, desde la supervisión de los activos más valiosos hasta las negociaciones con otras empresas. Pero para el joven, todo esto era solo una parte de un juego mucho más grande, un juego que implicaba mucho más que números y contratos.
La puerta se abrió suavemente y entró Claudia, la secretaria de Don Ernesto. Tenía una presencia tranquila y profesional, pero con una mirada que delataba una mente perspicaz. Claudia había trabajado para el millonario durante años, y aunque sabía lo suficiente para entender el poder que Don Ernesto tenía sobre todos, nunca había sospechado que alguien como Alex pudiera ser parte del círculo de influencia del anciano.
-Don Ernesto lo espera en su oficina, Alex. Dijo que no se demorara -dijo Claudia, con su tono suave pero directo.
Alex asintió sin levantar la mirada, mientras sus pensamientos seguían centrados en todo lo que estaba en juego. Desde que había llegado a trabajar con Don Ernesto, había aprendido más de lo que cualquier universidad podría enseñarle. Negocios, política, relaciones humanas, poder... Todo lo que rodeaba al millonario parecía ser un mundo en sí mismo, lleno de secretos y estrategias que solo unos pocos podían entender.
Al entrar a la oficina del millonario, fue recibido con una sonrisa cálida, aunque cargada de un peso oculto. Don Ernesto estaba sentado en su gran sillón de cuero, con una copa de vino en una mano, observando el horizonte. Su rostro arrugado mostraba las huellas de los años, pero sus ojos seguían siendo agudos, llenos de astucia.
-Alex, buen día. ¿Cómo va todo? -preguntó el anciano, sin apartar la vista de la ventana.
-Todo en orden, señor. He estado revisando los informes de las inversiones en el extranjero. Parece que las cosas van según lo planeado -respondió Alex, caminando hacia el escritorio.
-Perfecto. Estoy seguro de que no hace falta que te diga que el futuro de este imperio depende de tu capacidad para mantener todo funcionando sin problemas -dijo Don Ernesto, girando lentamente en su silla para mirar al joven-. Cada decisión que tomes, cada movimiento que hagas, afectará a cientos de miles de personas. Tal vez más.
Alex asintió en silencio. Las palabras de Don Ernesto no eran nuevas para él. Desde que había llegado a trabajar con el millonario, había aprendido a manejar la presión. La responsabilidad era algo que no podía evitar, ni mucho menos ignorar. Sabía que, algún día, todo lo que Don Ernesto había construido recaería sobre sus hombros, y aunque no le preocupaba el desafío, sí comprendía lo que eso implicaba.
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