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VOY A DESTRUIRTE.

VOY A DESTRUIRTE.

Mayra Gisel

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Capítulo

Tras el homicidio de su esposa, se había convertido en un hombre cruel y despiadado al que solo le importaba cumplir con su única misión en la vida: acabar con la existencia del hombre que la asesinó, pero como en todo acto de venganza, a veces puede haber daños colaterales y ella fue uno de ellos. Ella solo quería estudiar y ayudar a su familia a salir de la miserable vida que tenían, pero la repentina muerte de su hermano mayor la obligó a dejarlo todo y hacerse cargo de una hermana en plena adolescencia, y una madre discapacitada con una dependencia al ciento por ciento. Cuando consigue un trabajo con una muy buena paga, ella cree que las cosas mejorarán, pero el destino es una mierda y lo que hace es servirla en bandeja de plata a su verdugo, porque su jefe no era nadie más que el esposo de la mujer que su propio hermano había asesinado en un asalto. Tan pronto él se entera de que su nueva empleada llevaba la sangre del asesino, idea un plan para destruir su vida, y aunque enamorarla era lo más fácil, no contaba con que su hermano se enamoraría de ella y que sería un obstáculo para el terrible infierno al que, de todos modos, la condenará. Ella, ¿será capaz de escapar de las garras del psicópata de su jefe o él será más inteligente y logrará su cometido?

Capítulo 1 Una realidad que duele

Una ola de calor azota Buenos Aires, siendo las 3 de la madrugada, en el último cuarto de la Mansión Balmaceda intenta conciliar el sueño uno de los empresarios de la construcción más importantes del país. Con sólo 23 años y siendo el mayor de los hermanos, Alexander había heredado la constructora de la familia luego de que sus padres perecieran en su viaje de segunda luna de miel justo cuando él se encontraba terminando la carrera de Administración de Empresas en la Universidad de Buenos Aires.

En cuatro años había logrado varias licitaciones, estando al frente de importantes edificaciones del país, una de ellas era la edificación de casas para un barrio privado recientemente establecido en la zona de Nordelta.

Sus activos iban en aumento y con ello el amor. Había conocido a Mariana, su mujer en la universidad y desde entonces había hecho lo suficiente para enamorarla. Ella venía de una familia de clase media alta. Sus padres tenían una cadena de restaurantes en algunas provincias del país y gracias a ello podían darse una vida estable, sin necesidades.

La boda había sido de ensueño y como luna de miel hicieron un tour por Europa. Recién a la edad de 25 años decidieron casarse y la propuesta fue a los pies de la Torre Eiffel. Durante dos largos años estuvieron disfrutando de su matrimonio, viajando por el mundo e intentando quedar embarazos. El asunto es que ella tenía problemas de fertilidad por eso se había sometido a un tratamiento en el que luego de varios intentos, por fin lo había logrado, pero si alguien le hubiera dicho que no llegarían a poder acunarlo en brazos esa mañana no hubieran asistido jamás a aquel supermercado.

El reloj marca las 4:30 de la madrugada y es evidente que las pastillas para dormir no hacen efecto por lo que se remueve en su cama, completamente empapado por la sudoración mientras se mueve de un lado al otro diciendo ciertas palabras que apenas se le pueden entender.

—No, no entren. No entren.

El ceño se frunce, la respiración parece faltarle, los ojos se le llenan de lágrimas y aun así lucha contra el fantasma de aquella pesadilla que no le permite despertar.

—No, no… por favor no.

El sueño lo atormenta desde aquel día en el que su vida, se tornó un verdadero infierno.

Habían asistido a un supermercado a comprar unos productos para su nuevo hogar. Hacía pocos días se habrían mudado a una casa más grande y con tanto trabajo no pudieron hacerse el tiempo de comprar todo lo necesario.

Mientras esperaban en la caja para pagar ella siente como su bebé le da unas pataditas dentro de su vientre y toma la mano de su esposo para que sienta como se mueve el feto.

Todo era alegría y risas e incluso algunas mujeres mayores y la cajera les preguntaban para cuando esperaban y si ya habían escogido el nombre a lo cual ambos respondían con orgullo que sí, que se llamaría Matteo.

El descuido del de seguridad, hizo que dos jóvenes que no pasaban los 20 años ingresaran al sitio y abrieran fuego sin deparar en la cantidad de personas que había en el lugar entre los que estaban, abuelos, niños y mujeres embarazadas, entre ellas, Mariana de Balmaceda, la mujer del empresario de la industria de la construcción más importante e influyente del país.

Ni bien ingresaron los malhechores, Alexander se apresuró por cubrir a su esposa abrazándola en el vientre, pero esto hizo pensar mal a uno de los delincuentes y enseguida de un culatazo hizo que cayera al suelo.

—¡¿TE QUERÍAS HACER EL VIVO?! ¡IMBECIL!—. Grita apuntándole con el arma mientras ella, en estado de shock llora y se abraza a su hijo. —¡¿QUÉ TE QUEDAS AHÍ?!—. La apunta.

—Por favor, está embarazada. Aquí ha mucha gente mayor y niños. Tomen todo y váyanse.— dijo una de las cajeras.

Los dos jóvenes ladrones estaban completamente perdidos por las drogas, por lo que no escuchaban ni eran conscientes de lo que estaban haciendo.

El haberse metido, a la cajera, le costaría caro, porque uno de ellos le apuntó a sus piernas y sin mediar palabras le disparó, haciendo que todo fuera un griterío y que los que estaban de pie se recostaran.

Muchas personas llorando y algunos aprovechando para llamar a la policía, sin saber que eso, les costaría la vida.

Cuando un tal “Tincho” de los atracadores se da cuenta de ello, acerca su revolver a la espalda de un adolescente que marcaba en su celular el 911 y de un solo disparo acaba con su vida.

—¡VAMOS! ¡ENTREGUEN TODO A MI COMPAÑERO SI NO QUIEREN TERMINAR EN UN CEMENTERIO!—. Amenaza apuntándoles mientras el otro hombre pasa con una mochila para robarles todo.

—Tranquila mi amor, no dejaré que te suceda nada.— le promete y para su mala suerte ese tal Tincho los escucha.

—¿Qué prometes?— y apoya el revolver en la cabeza de la mujer quien llora desconsolada.

—¡POR FAVOR, NO LE HAGAS DAÑO!—. Grita, pero el tipo no lo mira, solo sonríe mientras acaricia el rostro de la mujer con el revolver.

—Shh… bonita.— y se lo mete en la boca y hace gestos lascivos

El empresario no puede soportar tanta humillación y se ciega. De pronto se abalanza con el delincuente y empiezan a forcejear cuando de pronto un disparo hace eco en todo el supermercado.

—¡ALEX!—. Grita la mujer quien abraza su vientre y sin importarle nada se acerca a su esposo creyendo que le había dado un balazo, pero lo cierto es que no fue a él a quién se lo pego sino al joven atracador.

—¡TINCHO! ¡TINCHO!—. Grita, desesperado el otro joven quien se acerca y nota que solo le ha pegado en la pierna. - ¿estas bien? – pregunta, preocupado.

—Si, si ¡ESTE INFELIZ HIJO DE PUTA ME PEGO UN TIRO EN LA PIERNA!—. Arranca una tira de su remera para atarla a su miembro y detener la hemorragia.

El chico estaba cegado por la bronca y desesperado por el dolor. Las drogas inhibieron sus sentidos y la razón desapareció. Ellos no acostumbraban a lastimar a sus víctimas y aunque vivían drogados, habían mezclado varias pastillas por lo que no estaban en sus cinco sentidos cuando fueron a robar a ese establecimiento.

Con dificultad el herido se pone de pie y acercándose a la esposa de quien le disparó es que comienza a golpearle la cabeza con la culata de la pistola. De nuevo en el forcejeo recibe un disparo en el brazo por lo que, ahora sabiendo que la policía está cerca y deben huir, decide apuntarle en la cabeza y preparar para tirar.

—Por favor, está embarazada no le hagas daño. Fui yo quien te lastimó, mátame a mí.— pide el empresario mientras se arrodilla y toma la mano de su esposa embarazada de 8 meses. A ultimo momento cambia de idea y decide que, para hacerlo pagar es más fácil matarlo, pero el sufrimiento le dudaría un segundo, por lo que decide ser cruel.

Apunta a su vientre y sin mediar palabras ¡PUM! Un disparo destruye la vida de esta joven pareja.

—¡NOOOOOOO!—. El sueño se desvanece en cuanto aquel disparo resuena como eco en la habitación logrando que al fin despierte.

Aquel sueño no dejaba de repetirse y con el la angustia de tener que recordar con detalles la desesperación de ver cómo un mal nacido apaga la vida de su pequeño Matteo sin darle la posibilidad de conocer a sus padres y vivir feliz junto a ellos.

Observa el reloj y nota que son las 6 de la mañana. Cada noche es un tormento poder dormir.

Habían pasado dos años de aquella tragedia y si quiera había sido capaz de mudarse a otro lado. Cada habitación de la casa permanecía intacta. De hecho, la del bebé todavía estaba completa, con su cuna, sus juguetes, su cochecito, el tiempo había pasado, pero en esas paredes todo había quedado como aquella mañana. Su hermano y hermana habían tratado de convencerlo porque se mudara de ese sitio, porque vendiera todo pero e incluso tenía todas las pertenencias de Mariana en su sitio, como si esperaran un regreso que no llegará nunca. No se perdonaba el no poder haber echo nada por su hijo y luego por su esposa, quien no pudiendo soportar la perdida y al cabo de un año de luchar contra una depresión que la consumió en vida, terminó por tirarse de la habitación del niño hacia el vacío encontrando la muerte.

En esa casa se respiraba muerte, pero eran sus muertes y no quería irse de allí. Lo único que cambió fue el poner rejas en todas las ventanas porque no paraba de ver a su esposa dejarse ir hacia el vacío una y otra vez.

Como cada mañana, se levantó y metió en la ducha dejando que el agua caliente queme su cuerpo. Lastimarse de ese modo cruel era la única manera que tenía para encontrar alivio. Es más, cada vez que salía a correr y se sacaba la remera, impresionaba a las personas a su alrededor, con las marcas de quemaduras en su torno. Es que estaba completamente lacerado y no con agua caliente no más, sino que se castigaba físicamente por no haber sido capaz de salvaguardar las vidas de su mujer e hijo por tanto, no tenía derecho a vivir.

—Demonios!—. Maldice en cuanto siente que el agua se enfría. De nuevo el calefón se apagó.

Ni bien salió, tomó la toalla y la envolvió en sus caderas, para dirigirse de nuevo a su alcoba y tomar su note digital y verificar las reuniones del día. Desde la muerte de Mariana y Matteo se ha refugiado en su trabajo y cambiado hasta el trato con sus empleados, no los trataba mal, pero si quiera les contestaba los saludos por cortesía, sencillamente pasaba de todos con descaro y frialdad.

De pronto el celular suena y al verlo se da cuenta que se trata de Francisco, su secretario. Después del suicidio de su mujer, había optado por despedir a todas las empleadas femeninas de su planta para contratar a hombres, pues no quería tener el desagrado de ver a mujeres rondando por el piso. Su idea era despedir a todo el personal femenino, pero tanto su hermana como hermanos menores pusieron el grito en el cielo e incluso tuvieron que pagar miles de dólares en indemnizaciones por despidos injustificados y aunque muchas se unieron para levantar cargos, Alex había logrado frenarlas con sobornos de cientos de miles de pesos.

—No me interesa. Es tu trabajo ver que no se superpongan los horarios de las reuniones, si no puedes con este trabajo pues me lo dices y busco a alguien más competente. Es una vergüenza que estés cobrando por mirarte en el espejo constantemente— sentencia y cuelga.

Se había vuelto tan hostil y déspota, que nadie quería ser el proveedor de las malas noticias y aunque esta vez tenía razón en quejarse porque Francisco no tomó en cuenta la agenda para darle a los empresarios la fecha y hora de la reunión, pero tenía unos modos humillantes de decir las cosas.

Se vistió como acostumbraba, imponente, elegante, mostrándose superior a los demás con un traje de Dormeuil en color gris, unos zapatos negros de la reconocida marca John Lobb 2005 valuados en más de 1400 euros, los que adquirió en uno de sus viajes por Europa. Tomó su celular ultimo modelo, las llaves de su Lamborghini negro y se dirigió para su empresa.

Mientras tanto, en otra punta de la ciudad, un lugar suburbano unas horas antes, Sofía se levantaba para asistir a su primer día de trabajo. Después de la muerte de su hermano Martín, en circunstancias inusuales, había recaído en ella la responsabilidad de llevar el plato de comida para su madre, con una diabetes avanzada a la que le habían cortado una de sus piernas, y su hermana de 15 años con quien se turnaba para cuidarla, trabajar y que ella pudiera estudiar.

No había podido terminar la secundaria dado que cuando su madre tuvo que dejar sus trabajos y su padrastro los abandonó, ella y Tincho, como lo llamaban con cariño, salían a buscar el dinero para abonar las cuentas y la comida. Faltándole dos años para egresar de la escuela secundaria, tuvo que abandonarla y olvidarse del sueño de llegar a ser una importante abogada y si soñaba con poder ser alguien en la vida, con la muerte de él, su futuro había quedado completamente apagado.

—Yanina, por favor cualquier cosa que necesites llama a Doña Marta, que ella tiene mi numero y se comunicara.

—Ve tranquila, que yo la cuido.— la tranquiliza y besa sus manos.

—Ven hija. Ven que te daré la bendición.— le habla Doña Carmen, su madre desde la cama. La persigna y le da un beso en la frente.

—Que Dios y la virgen te acompañen mi hijita.— y con una sonrisa, siendo las 5:00 de la mañana, sale de su casa de chapa en una villa directo a su trabajo. Luego del tren, debía tomar un colectivo que demoraba una eternidad y cómo ingresaba a las 8 a. m, unos minutos antes quizás para más seguridad, tendía a salir con mucho tiempo de anticipación. Uno nunca sabe cuándo algo puede cambiar su día para peor.

Se coloca los auriculares de su MP3, súper viejo para la época y caminando con una amplia sonrisa y cantando como si no hubiera un mañana, se encamina hacia la estación del tren, donde con suerte, a ninguno se le ocurre suicidarse y atrasarle la jornada en su primer día de trabajo.

Cuando el reloj en su muñeca marca las 8 de la mañana y ella aún no ha llegado a la empresa, se dispone apresurarse sin mirar los semáforos, es que no podía permitirse perder el trabajo sin siquiera haber llegado a el.

Siendo 8:10 que es cuando llega, logra visibilizar a un hombre de traje, elegante quien se acerca a paso firme mientras está en su celular cuando se apresura a llegar donde el mismo e ingresar con él, porque hacía segundos breves notó que una mujer pasó como una tarjeta por un lector y ella no tenía nada de eso.

—¡ESPERE!—. Gritó corriendo hacia él y aunque no estaba a una distancia lejana, lo hizo con toda velocidad sin darse cuenta que de momento a otro, el tipo se detuvo para contestar unos mensajes haciendo que todo el cuerpo diminuto de la joven golpee con fuerza en la espalda del hombre. —¡AY!—. Grita al caer de costado al suelo.

—¡PERO POR DIOS! ¡¿NO MIRA POR DONDE VA?!.

—Lo siento, don.— se disculpa y se pone de pie, acomodándose la ropa y atándose el cabello con el gancho. – mucho gusto, Sofía. —Si vienes por limosnas, te equivocaste de lugar.— y da un paso para atrás, pero ella carcajea, creyendo que era un chiste, pero lo decía enserio.

—¡Qué buen chiste don!—. Golpea su hombro. —¿trabaja aquí?— y se cruza de brazos para mirar el imponente edificio, pasando por alto lo tarde que estaba llegando al trabajo. —debe tener mucha plata el dueño.— y sonríe. Él solo puede seguir mirándola con asco de arriba abajo.

—Se retira por las buenas o llamare a la policía.— ella aun piensa que es una broma lo que esta haciéndole, por lo que se le acerca y lo empuja.

—¡Don, no exagere!

—¡PUEDE DEJAR DE TOCARME!—. Exige sacudiéndose la ropa. —quien sabe dónde estuvieron esas manos mugrientas para tocarme ¿tienes idea de lo que cuesta este traje?— pero sin dejarla responder lo hizo por ella. —ni en cien vidas podrías pagarlo así que, retírate.— y hace un gesto ofensivo con la mano.

De pronto la sonrisa en su rostro se borró, dado que comenzó a notar la manera despectiva en la que le estaba hablando y la enojó. No nacía una persona en el mundo que se permitiera faltarle el respeto y quedarse de brazos cruzados.

Con total determinación, tomó de su bolso su vaso termino donde venía tomando su café, le quito la tapa y de un solo movimiento le aventó el líquido en el rostro.

—¡PARA QUE APRENDA A RESPETAR A LAS PERSONAS! ¡TODOS SOMOS IGUALES! ¡¿QUIÉN SE CREE QUE ES PARA HUMILLARME DE ESA MANERA?!—. Se acerca lo suficiente par amostrarle sus manos. —¡ESTAS MANOS MUGRIENTAS, COMO DICE USTED, SON LA MUESTRA DEL ESFUERZO, ALGO QUE POR LO VISTO USTED NO CONOCE!—. Enfatizando esas palabras y mirándolo de arriba abajo. —DEMASIADA PINTA Y CERO HUMILDAD.— grita enfurecida.

—¡ASQUEROSA SALVAJE!—. Espeta histérico, y sin esperarlo la muchacha lo empuja haciendo que caiga al suelo al trastabillarse con el cordón del camino directo a la puerta.

—PERMISO.— y con un orgullo que la engrandece, se dirigió hacia la puerta donde por el espectáculo que acababa de dar, varios empleados habían salido a mirar lo que pasó. —permiso, es mí primer día de trabajo.— dice para que la dejen pasar cuando de pronto una le dice algo que la hace maldecirse una y mil veces.

—Y el último mi amor.— ella lo mira y alza una ceja. —al que acabas de dejar en el suelo, es tú jefe.

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